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Totalmente inaceptable

Avatar del Joaquín Hernández

La pérdida de la moral pública conduce a un país resentido, cansado, agotado, injusto en último término...’.

Las escenas de violencia ocurridas en el país la semana pasada y que tuvieron como centro a la ciudad de Quito, pero también a otras como Puyo, son simplemente inaceptables y escalofriantes. Ojalá tantas películas de Netflix no hayan anestesiado a sus devotos como para creer que lo que hemos presenciado y vivido es simplemente una ficción más sin consecuencias.

Una de las grandes bajas entre las múltiples pérdidas de la semana pasada es la destrucción de la moral pública, es decir ese tejido invisible a primera vista pero indispensable para una sociedad y que actúa como una red que permite la confianza y la seguridad de los ciudadanos para lograr metas y tener perspectivas de futuro. Sin moral pública nadie cree en nadie y estamos librados, como decía Hobbes, a una guerra de todos contra todos en defensa de la supervivencia del grupo al que pertenecemos.

La moral pública se encuentra en pedazos como consecuencia de la impunidad ante la violencia ejercida por grupos ciudadanos contra la mayoría, a nombre de principios que ellos consideran justos. Un grupo de ciudadanos no puede imponer su agenda de reivindicación si esta no conduce a ninguna parte y va en sentido opuesto a las tendencias mundiales en Asia, Europa. Lamentablemente, la semana pasada el país pareció anclarse en un pasado irremontable.

La pérdida de la moral pública conduce a un país resentido, cansado, agotado, injusto en último término, porque una mayoría se siente agredida y excluida de quienes son capaces de armar una agenda de paralización y de violencia.

En este largo camino de lo que suele llamarse el retorno a la democracia, la sociedad civil se ha ido diluyendo y los ciudadanos han perdido la condición de tales. Hay que recuperar esta condición. Asumir con realismo nuestra situación de deterioro institucional para un cambio radical de hábitos y mentalidades. Recuperar el sentido común asumiendo que vivir como ciudadanos con república implica jugar limpio: cumplir obligaciones antes que exigir derechos. De nosotros depende y de nadie más.