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Discusiones inútiles

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Uno de los errores de esta visión simplista de la historia, publicitada en libros como el Eduardo Galeano y sus venas abiertas de América Latina, es que desconocemos el sincretismo que nos caracteriza hoy’.

La semana pasada, el escritor peruano Alonso Cueto, uno de los mejores narradores contemporáneos, escribió un artículo aleccionador que debiera hacernos meditar sobre cómo están yendo las cosas en nuestros países. La batalla del pasado, en El Comercio, de Perú, podría sintetizarse en la afirmación con la que comienza: “las discusiones inútiles y absurdas forman parte de nuestra tradición. Un ejemplo es el intento por pelear las batallas del pasado”. Estas inútiles guerras se libran en nombre de causas abstractas, que reducen la complejidad de la historia a casi una mala historieta, como pedir a la actual corona española “disculpas a los pueblos originarios por los abusos cometidos a la llegada de sus coterráneos de hace más de quinientos años. Con más razón, los franceses, por ejemplo, no debieran olvidar -ha transcurrido apenas más de siglo y medio- la humillación que significó la guerra franco-prusiana de 1870, con los saqueos, violaciones y fusilamientos a mansalva. Alsacia y Lorena en manos del Imperio alemán quedaron como muestra de que no habría intención de enmienda.

Uno de los errores de esta visión simplista de la historia, publicitada en libros como el Eduardo Galeano y sus venas abiertas de América Latina, es que desconocemos el sincretismo que nos caracteriza hoy. Lo que hay es mezcla de culturas. “Los peruanos”, dice Cueto, que buscan la pureza étnica debían saber que los instrumentos musicales andinos (el charango, el violín y otros) son de origen europeo, lo mismo que un cierto tipo de sombrero. Nuestra gastronomía, por cierto, no sería lo que es sin el aporte del trigo y del olivo, que trajeron los españoles”.

Algo más. Los españoles llegaron a un mundo indígena desgarrado por cruentas guerras internas. La victoria de Cortés no se debió en primer lugar a los caballos ni a los cañones sino a los enfrentamientos de las tribus en lucha contra los aztecas. La Malinche tuvo la responsabilidad de las agencias de inteligencia de hoy porque conocía la lengua del enemigo.

Si con derribar estatuas como la de Colón, cambiar de nombre a las calles o hacer reclamos sin sentido sobre el pasado erradicásemos la violencia, sería comprensible. Nada de eso sucede.