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Joaquín Hernández | Tensa calma

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Una de las armas de los terroristas es el miedo para provocar el caos. No aceptarlo es no tomar partido por la disolución de la sociedad

Una de las expresiones más comunes para nombrar el clima que se vivía, y se sigue viviendo en el país, en los días posteriores al caos del pasado martes 9 de enero fue el de ‘tensa calma’. El estallido de ese día y las oleadas de miedos reales e imaginarios que nos invadieron dejaron lugar a una atmósfera de expectativa donde se tiene que conciliar el estado de alerta permanente, el estar sobre aviso, con la serenidad para el retorno a las actividades cotidianas y a la vida en una nueva ‘normalización’. Hay signos de ambos: la disminución del tráfico, la cancelación de eventos, el aumento de seguridades, los cambios de horarios de actividades que pasan a la mañana o a primeras horas de la tarde, el temprano recogimiento en sus casas de la población que puede hacerlo. Una especie de estado de guerra frente a un enemigo invisible que puede surgir de cualquier parte.

Evidentemente, se vive en un estado de guerra o de conflicto armado interno. Jurídicamente no son lo mismo y hasta se discute la propiedad de calificar de beligerantes a los miembros de los 22 grupos acusados por el Gobierno. El hecho para la mayoría de la población es la conciencia, a veces más clara, a veces más oscura, de que se vive un estado de cosas donde la seguridad está en juego y en el que, pese a todos los buenos deseos, no se ve un final a corto plazo.

Hay varias formas de enfrentar esta situación. Una de ellas es volver a las actividades cotidianas porque no queda otra alternativa; es un razonamiento voluntarista que no apela a lo mejor del ser humano. La resignación por la resignación. Otra es que, retomando la vida cotidiana, se apuesta por los valores que permiten vivir como seres humanos y como ciudadanos dignos.

Una de las armas de los terroristas es el miedo para provocar el caos. No aceptarlo es no tomar partido por la disolución de la sociedad. Es además una forma de rendir homenaje a las personas, tanto a las que han muerto en cumplimiento de su deber, como a las víctimas inocentes por haber estado en el lugar equivocado y que contribuían a la vigencia de los lazos familiares y ciudadanos.

Lo que sí es evidente es que una nueva sociedad debe ser el resultado de estos tiempos de tensa calma y no la sensación de vacío o de frustración.