Columnas

Recordando a Max Weber

En situaciones de crisis como la que vivimos, y de las inevitables transformaciones que esta lleva consigo, el político está obligado a ver qué va a suceder con sus decisiones.

Ayer domingo se cumplieron cien años de la muerte del pensador alemán Max Weber. Su deceso, como recordaba Carlos Peña en el último artículo de su columna en el diario El Mercurio, fue ocasionado por la pandemia de la influenza española que azotó el mundo desde 1918 hasta 1923. Evocarlo sin embargo, en estos difíciles momentos que atravesamos, no es ceder al prurito intelectual de rendir culto a los pensadores desaparecidos ni a destacar sus logros sin conexión con el presente.

A Weber se le ha tratado de clasificar como sociólogo, sociólogo de la religión, pensador político, etc. Es posible que esas clasificaciones, generales como deben ser todas las clasificaciones, no nos sitúen en la problemática en que Weber se debatió y que sigue pendiente: ¿cuál es el carácter de nuestra sociedad?; ¿cómo ha llegado a transformarse en lo que es ahora?; ¿qué tienen que ver en su constitución factores como la religión, el desarrollo científico-tecnológico, las ideologías?

Para Weber, la cultura occidental tiene, muestra en los procesos de su transformación como sociedad, dos perfiles diferentes, el político y el científico. Para su caracterización del político, Weber pensaba que este debía medirse o arreglárselas, entre sus convicciones y las consecuencias de sus actos.

En situaciones de crisis como la que vivimos, y de las inevitables transformaciones que esta lleva consigo, el político está obligado a ver qué va a suceder con sus decisiones. Ni la ideología, una de cuyas variantes es el discurso populista, ni la declaración de principios valen para afrontar a la realidad.

¿Se trata entonces de ceder al oportunismo en nombre del realismo? De ninguna manera. El problema de la realidad, -y la pandemia del COVID-19 lo ha demostrado fehacientemente, es que no depende de la voluntad de los hombres, y se escapa a cualquier planificación por sofisticada que esta sea. Es el reino del azar instalado a nombre propio en el quehacer humano. El azar de las pandemias muestra además, la obsolescencia de las instituciones y sepulta a quienes decidieron irresponsablemente.