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Las nuevas amenazas

Avatar del Joaquín Hernández

"¿Qué permite esta proliferación de epítetos, insultos, caricaturas de las personas?"

Está circulando en varios periódicos internacionales el debate abierto por una carta firmada por más de cien intelectuales de todas las tendencias ideológicas, valga decir desde Chomsky a Fukuyama, por la amenaza a las libertades y a la democracia que en esta etapa de nuestra historia pueden significar las redes sociales. Y se dice “pueden” porque no es posible condenarlas, precisamente en nombre de la libertad y de la democracia, por ser portadoras, a veces, de injurias y calumnias o más sutilmente, por imponer un pensamiento único donde la cantidad de “likes” (los aplausos de la era virtual) agarrotan y sofocan otros modos de pensar.

Ciertamente, son absolutamente rechazables los ataques personales grotescos y mal intencionados a determinadas personas. Eso lo vemos a diario en nuestra revisión de redes sociales. 

Pero la respuesta va más allá de las necesarias medidas de solidaridad y condena a este tipo de ataques. ¿Qué permite esta proliferación de epítetos, insultos, caricaturas de las personas? ¿La sociedad libre y democrática a la que nos declaramos pertenecer? ¿La lucha por la igualdad ciudadana que se ha convertido muchas veces, lamentablemente, en el lugar común de burocracias simplificadoras? ¿Para qué insistimos tanto en las ventajas del “pensamiento crítico”, otro lugar común de discursos académicos y no académicos, si socialmente lo negamos?

La razón por la que existen las redes sociales y las personas pueden manifestarse a través de ellas, a veces para su misma pérdida de credibilidad, es que no exigimos reflexión y pensamiento crítico antes de condenar en ciento cuarenta caracteres. 

¿Cómo contribuyen a la igualdad y a la libertad los que llevados por lo que Carlos Peña denomina “simplismo justiciero y tribal”, quieren instalar su propia subjetividad en la sociedad?

Igual que en las elecciones desafortunadas de pillos y payasos, la vigencia de la calumnia, son las sociedades las únicas responsables, no una censura, las que deben tomar la palabra.

No se puede hablar de libertad, decía Kant, desde la minoría de edad.