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¿Qué hacer con Nicaragua?

"La oposición, pese al heroísmo y sacrificio de muchos de sus líderes, tampoco fue capaz de unirse y sobrepasar lo que suele llamarse “la lucha de egos"

Hoy, la pregunta imperiosa ante lo que sucede en el país centroamericano es: ¿qué hacer con Nicaragua? ¿Cómo impedir que una dictadura sangrienta y corrupta siga haciéndose cada vez más dueña de la vida y los destinos de los ciudadanos de ese país? Ayer, la pregunta fue: ¿qué hacer con Venezuela? Y mucho antes: ¿qué hacer con Cuba?. La misma pregunta y la misma impotencia. La época de auge de las democracias liberales ha terminado, como lo reconocía recientemente en Foreign Affairs nada menos que Francis Fukuyama. La tentación totalitaria florece en todas partes y hace un pastiche de ideologías y descontentos. Por eso hay que aclarar sombras.

Hay que exigir, en primer lugar, que los partidos, movimientos, figuras que se autodenominan de izquierda, se cobijan en su léxico o hablan de un cambio radical, definan públicamente su posición frente a lo que hoy pasa en Nicaragua y condenar las tropelías de la pareja Ortega Murillo. Deben hacerlo también los intelectuales de la izquierda caviar que gozan de las canonjías del Estado, los líderes sindicales y estudiantiles, los economistas teóricos del cambio social.

Durante la gestación de las dictaduras venezolana-nicaragüense, cuando el peligro ya se veía venir, no faltaron empresarios, no todos por supuesto, que apoyaron, convencidos de que iría en beneficio de sus negocios. Ahora sus propios intereses están en peligro: “no solo fueron congelados los activos de ciertos funcionarios sandinistas en suelo estadounidense, sino que ya ninguna institución financiera internacional puede hacer negocios con ellos”, señalaba Gilles Bataillon en un artículo aparecido recientemente en Letras Libres. Están en la picota: si hacen caso al mandato de dichas instituciones internacionales, el gobierno Ortega Murillo los procesa en nombre de la “soberanía nacional”.

La oposición, pese al heroísmo y sacrificio de muchos de sus líderes, tampoco fue capaz de unirse y sobrepasar lo que suele llamarse “la lucha de egos”. Dispersos, cada uno con sus propias cartas para el juego, han terminado en el cárcel o en el exilio.