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La crisis de las democracias liberales

"...han surgido nuevos factores. El más importante, el descrédito de las fuentes de información tradicionales unido al crecimiento de la ira y la frustración desatadas por la pandemia"

Pocos interlocutores tan significativos para opinar sobre lo que se denomina actualmente la crisis de las democracias liberales, como el filósofo Francis Fukuyama.

Desde el año 1980 en que apareció su ensayo El fin de la historia, sobre lo que entonces estaba ocurriendo, política y socialmente a nivel mundial, hasta el presente, un año después de iniciada la pandemia que continúa azotando al mundo, el intelectual estadounidense de origen japonés analiza permanentemente los procesos de los que somos a la vez espectadores y actores.

El fin de la historia, concepto que volvió a Fukuyama tan conocido como mal entendido, mostraba que el fracaso del modelo de socialismo real de la ex Unión Soviética y de los países del bloque socialista, significaba, en ese preciso momento de la historia, simultáneamente, la realización social de las aspiraciones sustantivas del género humano, libertad, igualdad y solidaridad, es decir de un nuevo orden mundial.

En este sentido, el fin de la historia no era sino el otro nombre del triunfo de las democracias liberales.

Inmediatamente después, en un nuevo libro, Fukuyama advirtió, frente a los optimistas que creían que la consecución histórica de esta meta no admitiría retrocesos, que las democracias liberales podrían no ser sostenibles.

Los posibles factores de desestabilización están en el indescifrable mundo de las pasiones: “los seres humanos son ambiciosos”; “la paz y la prosperidad pueden no ser suficientes para satisfacer a las personas”.

Shakespeare y Dostoyevski saben mucho más de ello que los especialistas en ciencias políticas.

Igual el énfasis hegeliano sobre la pasión por el riesgo, que inicia necesariamente la peregrinación del espíritu.

Por supuesto, han surgido nuevos factores.

El más importante es el descrédito de las fuentes de información tradicionales, unido al crecimiento de la ira y la frustración desatadas por la pandemia.

¿Cómo mantener entonces la libertad y la democracia en panoramas tan convulsos?