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Joaquín Hernández Alvarado | El ‘shock’ Milei

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Milei no está preocupado de ganar otra elección. Por eso no se limita a hacer aquello que los políticos prudentes consideran...

El presidente Javier Milei está por cumplir los primeros tres meses en el gobierno. El pasado viernes 1 de marzo, cuando este artículo ya había sido enviado para su publicación, el mandatario argentino se presentó para dar su primer discurso ante la Asamblea Legislativa a las 21:00 horas. Múltiples han sido las conjeturas hasta este momento sobre sus pronunciamientos; Milei desespera a los futurólogos pese a que hace lo que dice.

El presidente está actuando conforme al diagnóstico que hizo de la situación de Argentina en su campaña. El 56 % de los argentinos lo respaldó y pese a las batallas de estos cortos meses, su aprobación sigue en el 52 %. Dada la gravedad de la economía del país era imperativo un ‘shock’ para impedir el desastre. Es decir, remover drásticamente todo, el Estado y la sociedad. En definitiva, una batalla cultural, entendiendo por cultura el conjunto de hábitos, valores, instituciones, procedimientos, símbolos y por supuesto su narrativa.

En las batallas culturales se puede ganar o perder todo, porque el adversario no se forma con solo grupos determinados sino que es una manera de entender a la sociedad, desde la educación hasta la economía, desde los espectáculos a la salud, desde las maneras de hablar hasta las prácticas mafiosas de piqueteros, fundaciones sociales, gremios e incluso venerables asociaciones como Madres de Plaza de Mayo. Milei no está preocupado de ganar otra elección. Por eso no se limita a hacer aquello que los políticos prudentes consideran el mínimo necesario para no comprometer su futuro político. Para bien o para mal, entre las palabras que detesta, están política y consenso que, la historia contemporánea argentina ha vuelto sinónimos de corrupción y extorsión, toma y daca, ‘curro’.

En uno de sus editoriales, el diario La Nación de Buenos Aires lo resumía así: “En el imaginario colectivo prevalece la inocente idea de que existe una real opción entre el crudo ajuste fiscal que se lleva a cabo y una alternativa más compasiva, volviendo a algún punto del pasado y desde allí, analizar caminos menos penosos e igualmente efectivos. La realidad es que esa alternativa no existe: quien está cayendo en el vacío no puede optar entre continuar la caída o quedar flotando en una ficticia nube hospitalaria”.