Jeannine Cruz | La historia no se escribe sin mujeres

Desde Matilde Hidalgo, que desafió un sistema entero para convertirse en la primera mujer en votar en América Latina, hasta las miles de mujeres que sostienen a diario la economía, la política comunitaria y la justicia social desde los territorios, Ecuador ha sido forjado también por manos, voces y luchas femeninas.
Sin embargo, durante décadas se nos relegó a los márgenes del poder. Se nos permitió participar, pero no decidir. Se nos pidió sumar, pero sin liderar. Hoy, cuando hablamos de paridad, no estamos pidiendo permiso. Estamos reclamando lo que históricamente nos pertenece: un lugar justo en la toma de decisiones.
La reciente reforma al Código de la Democracia, que eliminaba la obligación de que los binomios presidenciales estén conformados por un hombre y una mujer, fue una señal de alerta. Un retroceso técnico, sí, pero sobre todo simbólico. Porque cada vez que se borra una línea legal que nos protege, se reabre la puerta a la exclusión. En ese contexto, el veto parcial del presidente Daniel Noboa ha sido oportuno y necesario. No solo por restituir la paridad en binomios, sino porque envía un mensaje político: los derechos conquistados por las mujeres no pueden ser negociados ni debilitados. Pero este veto también nos recuerda que la responsabilidad no es solo del Ejecutivo. Los partidos políticos deben asumir su rol histórico: formar cuadros femeninos sólidos, capacitados, con visión de país, que no únicamente participen en las listas, sino que lideren agendas, territorios y procesos. No por cumplir, sino porque es su deber con el Ecuador; no se trata de llenar espacios, sino de transformar el poder con equidad y capacidad.
Hoy las mujeres siguen siendo minoría en los espacios de decisión: menos del 20 % de alcaldías y prefecturas están lideradas por mujeres, y en muchas provincias no hay una sola representante mujer al frente de gobiernos seccionales. La paridad no es una meta simbólica, es una herramienta para democratizar el poder. El momento es decisivo. No podemos permitir que la paridad sea una bandera de campaña o una cifra en una ley. Debe ser una práctica viva, real, constante. Porque una democracia sin mujeres al frente no es democracia.