Playas e insumisión

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Playas cerradas y templos abiertos, ahogar la economía desde el mismo estado que de ella medra, no luce del todo racional. Por cosas como esas existe la insumisión.

Por fin, la semana que viene las playas del Ecuador podrán ser disfrutadas nuevamente. Era inexplicable que el transporte público o los parques estén habilitados ya pero que las playas y el mar, tan amplios y ventilados, sigan paradójicamente “cerrados”.

En California, las autoridades de Santa Cruz renunciaron a las restricciones playeras. Reconocieron que la gente “no quiere ser gobernada” en una cuestión tan importante. Santa Cruz y Huntington compiten históricamente como capital norteamericana del surf, de donde no sorprende que la cultura ciudadana esté asociada al mar y no sea allí de las más sumisas.

Los californianos deciden hoy no acatar prohibiciones contrarias a su identidad playera. Las sanciones son autogolpes a la legitimidad oficial; los mismos policías y autoridades son surfistas, buzos, remeros o simplemente gente del mar.

Cuando acá en Ecuador vimos imágenes de insumisos en las calles, más que la expresión de una identidad y cultura antisistema, presenciábamos la primaria necesidad de procurarse un pan, propia de microeconomías informales. A riesgo de mezclar cultura con necesidad, en el Puerto Principal podría argumentarse que la raigambre comercial es también identitaria. Pero detrás hay más.

La insumisión no es casual: el sometimiento de la gente a la autoridad depende de qué tan legítimas sean percibidas sus decisiones.

Muchos años atrás, Weber distinguía tres tipos de legitimación de la autoridad: carismática, tradicional y racional-legal. Los estados modernos, seguía el razonamiento, eran una suerte de nueva tecnología política y se sustentaban en criterios racional-legales: leyes, burocracia y una neutralidad tecnocrática sometida -supuestamente- a procesos democráticos científicos y previsibles.

Pero vivimos épocas en que todo está en duda y bien vale revisar esta triada. No sin sorpresa descubrimos que la racionalidad no es tal vez la marca propia del estado moderno. Playas cerradas y templos abiertos, ahogar la economía desde el mismo estado que de ella medra, no luce del todo racional. Por cosas como esas existe la insumisión.