Maldición del ganador

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'Correa quería que Lenín gane, pensando que garantizaría su legado; pero no fue así’.

Piensa bien lo que deseas, no vaya a ser que cuando se convierta en realidad, te arrepientas.

Correa quería que Lenín gane, pensando que garantizaría su legado; pero no fue así. 

El gobierno deseó con tanta fuerza a finales del año pasado conseguir los votos para aprobar su reforma fiscal, que terminó obteniéndolo, con creces y paradójicamente, un domingo de feriado: para su desgracia en la forma de una “resolución para disponer su publicación en el Registro Oficial”, decisión legislativa que dista de lo que la Constitución y la ley exigen para la plena vigencia de varios impuestos este 2020

El sistema financiero deseó y obtuvo, en la -estrepitosamente fallida- primera versión de la reforma fiscal, el texto íntegro de su carta a Papá Noel. Tan al pie de la letra, que ese importante avance legislativo para la industria financiera terminó utilizado por sus detractores correístas y socialcristianos para implosionar el trámite.

 Nunca ha estado más lejana esa necesaria reforma que ahora, cuando ha quedado expuesta y se convirtió en rehén del cacofónico debate político. 

La maldición del ganador es una figura de la literatura académica en Ciencias Económicas y Psicología. En resumen, la maldición sucede cuando ganar conlleva sacrificios mayores a los que, en primera instancia, se planificaron para conseguir el triunfo. 

El ejemplo más gráfico que conozco es el del mundo de las subastas: quien oferta y gana en una puja, ignora y nunca sabrá si su oferta pudo haber sido más baja, al menos tan baja como aquella a la que venció pujando. 

Ojalá sirva esto de advertencia para los nuevos liderazgos y clientelismos políticos, embelesados en su minuto de gloria. Ojalá los economistas proyecten y ponderen el tenor del ajuste económico. Y, finalmente, ojalá nutran estos conceptos el pensamiento estratégico ‘ad portas’ de la campaña electoral. 

Los éxitos personales, las decisiones políticas y los triunfos electorales, en política sobre todo, suelen acarrear costos que para el ganador pueden ser maldición.