Columnas

Mal entendida responsabilidad

'El burócrata “aprueba” un trámite, mientras las mismas normas que regulan esa aprobación lo eximen de responsabilidad sobre el resultado final que deriva del accionar privado’.

Todos queremos enseñarles a nuestros hijos a ser responsables; que respondan por sus actos. Aunque más que prever y controlar todo, ser responsable es, a fin de cuentas, reconocer nuestra falibilidad y asumir las consecuencias de nuestros actos.

Por eso una mal entendida responsabilidad es la que se recoge en la prevención, en el análisis, en la duda, en la infinita ponderación.

En política y en el derecho que de ella deriva, el tema de la responsabilidad es amplísimo. Está la responsabilidad ciudadana, definida por el equilibrio entre el goce de derechos y el cumplimiento de deberes. La otra cara de la moneda está en el Estado. Y es ahí donde somos testigos de la degeneración del concepto de responsabilidad política y administrativa.

Bajo el ropaje que se imponen con leyes, reglamentos, resoluciones y cuanta cosa, los políticos y los burócratas en general, son presos de su propia responsabilidad administrativa. Y aquello no fuera tan grave si no arrastraran consigo a los perjudicados por su inacción.

Una mal entendida responsabilidad administrativa, aquella que raya en la pretendida capacidad de controlar el resultado de los actos políticos en el caótico entorno social, suele demostrar sus limitaciones en las crisis. Como lo ha demostrado la ingeniería social (ciencia naciente que no existía cuando nació la burocracia moderna), más logra el líder por sus capacidades de influencia social que por un par de normas tecnocráticamente elaboradas.

También muestra su cara nefasta la responsabilidad administrativa cuando el burócrata “aprueba” un trámite, mientras las mismas normas que regulan esa aprobación lo eximen de responsabilidad sobre el resultado final que deriva del accionar privado. Es la primacía de la responsabilidad administrativa sobre la economía privada. Bastaría que el privado firme su responsabilidad, como en ciertas materias ya sucede.

Ya va siendo tiempo de que políticos y ciudadanos, si nos consideramos adultos enmancipados, reconozcamos que errar es de humanos, entendidos como animales inteligentes, pero hacerlo por inacción, bajo el ropaje de la responsabilidad administrativa, no lo es.