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Jaime Antonio Rumbea: Idénticos

Avatar del Jaime Rumbea

Un poquito de conflicto es prueba de que varias opiniones están en juego para enriquecer la decisión

¿Por qué siempre peleamos? ¿Por qué no podemos simplemente estar de acuerdo?, reclama un adolescente a su padre.

 El padre duda. No sabe bien qué responder ni cómo hacerlo. En apariencia, el adolescente tiene razón: hay desacuerdo. Pero, como siempre, más allá de lo aparente, hay mucho más.

Como hecho social que es, el conflicto también aparece en la política. Nos resulta natural que así sea, y por eso se ha vuelto parte del paisaje. Ya ni nos tomamos el trabajo de contar: hay conflicto entre candidatos, entre nuevas y viejas autoridades, entre la Asamblea y el Gobierno, entre distintos niveles del Estado. Cada semana es una nueva cantaleta y apenas puede uno discernir si el conflicto atañe a personas naturales o jurídicas, pues estas últimas nos deberían representar a todos.

 Y aquí volvemos al adolescente y sus preguntas. Si madurar implica aprender a enfrentar el mundo, entonces incluye dominar las dos caras de la moneda social: la cooperación y el conflicto.

 El padre dice entonces: No esperes que la coincidencia -o la providencia- produzca los acuerdos entre tú y tus amigos, entre tú y tus padres o con tus futuros compañeros de trabajo. No funciona así. Lo normal y lo deseable es que existan diferencias, incluso que sean frecuentes. No te dejes arrastrar ni afligir por ello, ni siquiera cuando salgan chispas. Resuelve; las mejores cosas en el mundo provienen de mucho tira y jala.

Existen mundos sin conflicto, sí, pero solo en la imaginación. Mientras el padre habla, la mente del adolescente vuela. Intenta, sin éxito, concebir una sociedad sin desacuerdos. Para desterrar el conflicto, todos tendríamos que tener los mismos intereses, las mismas preferencias. Todos tendríamos, cuánto espanto, que ser idénticos. O -qué cosa tan fea- tendríamos que evitar toda interacción social con tal de eludir el conflicto. La última opción no es preferible: que todo nos dé lo mismo.

Einstein dijo alguna vez que la madurez consiste en la capacidad de resistir a los símbolos. ¿Y no es acaso un símbolo la imagen idealizada de armonía que le atribuimos a nuestras relaciones sociales? La madurez, más bien, está en aceptar que el conflicto es inevitable y en aprender a manejarlo.