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Jaime Antonio Rumbea: Amazon

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Días atrás devolví por primera vez un producto que había comprado por Amazon.

Aunque ya antes había encontrado mil motivos para entender por qué Amazon es una de las empresas más grandes del mundo, devolver una compra me demostró la verdad de la milanesa.

 El éxito de Amazon es bien merecido: conscientemente o no, los clientes reconocen con sus compras un nivel de servicio excepcional. Me devolvieron la plata y ni siquiera me pidieron que mande el producto de vuelta: Amazon tiene un seguro y en cierto tipo de productos, más le cuesta la logística del reclamo que asegurar la satisfacción plena de su cliente. Lo que me lleva a la cantaleta semanal sobre la crisis del estado-nación moderno. ¿Por qué no podemos devolver un mal servicio del Estado? Por la simple y llana razón de que el Estado no tiene que competir con nadie, porque no tenemos opciones y nos toca a las personas asumir el costo de su ineficiencia.

 Esto es simple: si el Estado tuviera que competir en sus servicios para justificar el cobro de impuestos, si el Gobierno tuviera que preocuparse de brindar un servicio excepcional, las cosas fueran diferentes. Sin monopolio, no cualquiera quisiera ser político, pues cada día y cada minuto se midieran sus limitaciones: los electores podrían cambiar de proveedor.

 Me inflo de optimismo al leer todas esas tesis políticas que desde la caída del Muro de Berlín auguran el derrumbe de la institución del estado nación que conocemos a partir de las grandes revoluciones y la llegada de múltiples nuevas institucionalidades que le compitan.

¿Cómo serían las cosas si mañana, por ley, sin más, le garantizásemos a Amazon y a Bezos un monopolio global en todo el comercio minorista? ¿Alguien cree que luego de 200 años Amazon seguiría prestando el servicio excepcional de hoy? No. Así, tampoco el Estado ha podido.

No siempre existieron estados con el monopolio de la fuerza. Invito a pensar cada día en las actividades que otros proveen mejor que el Estado -las hay buenas y malas- y que, con el tiempo, bajo presión, respaldados en la desazón generalizada con la burocracia, absurda en el siglo XXI, prevalecerán.