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Ilusión de albedrío

Avatar del Jaime Rumbea

Ante situaciones complejas, optamos por la culpa y la interpretación más fácil del problema’.

Creemos que el presidente se sienta en un trono y ordena cosas que se entienden automáticamente realizadas. Suponemos que cuando no se resuelven los problemas es por simple falta de decisión, o mera inacción de una persona.

Pero es obvio que la pobreza no se elimina por una decisión presidencial, como menos la violencia organizada. Ni llegamos a donde estamos por un corto camino iniciado por una sola decisión presidencial, ni saldremos del atolladero con un decreto o un chullo carajazo.

Los franceses, cuyo régimen es también considerado hiperpresidencialista, admiran la humildad con que sus políticos anticipan las limitaciones del cargo al que llegan. El sillón presidencial tiene, en términos absolutos, más limitaciones que oportunidades de acción. El albedrío en política es una entelequia, no muy distinta que en nuestra vida social.

En el fuero interior, sabe el padre, la madre, el empresario o el deportista que su albedrío es tan solo aquel que le tocó o, con suerte, escogió. ¿Cómo podría ser distinto para el político, que debe someterse a las preferencias de la mayoría?

No justifico la inacción del presidente en ciertos frentes; ni las decisiones que pondero contradictorias, limitadas o incomunicadas. No justifico a quienes basaron sus ejecutorias en la virtual quiebra de las finanzas públicas. Más que presidentes o ministros, cientos de condicionantes son los responsables del éxito de un gobierno: economía mundial a la cabeza.

Todo esto sucede sobre todo porque vivimos con el horrendo bicho del Estado moderno: burocracia, democracia y nuestras más de la cuenta corruptas culturas ciudadanas; nos dejan escasas esperanzas de cambio trascendente.

Si antes los reyes tenían una burocracia de cortesanos, no debían negociar sus decisiones con la voluntad popular; la democracia agrega esa capa de dificultad. Pedir celeridad y eficiencia al Estado es pedir peras al olmo, explicación adicional a la corrupción.

Si algún albedrío nos queda, convengamos que en política, naufragaremos en nuestra travesía a mejores días si usamos de vehículo el estado nación.