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Destitución o referendo

Avatar del Jaime Rumbea

La votación por destituir al presidente Lasso fue una votación referendaria: hay cómo evaluar el voto y aprender’.

¿Cuál fue el esfuerzo político del gobierno para evitar la destitución del presidente?

En la negociación y votación parlamentaria sobre el tema, además de las amenazas físicas por votos y el ‘hackeo’, muchas cosas pudieron pasar. Usemos para fines de análisis los dos escenarios más extremos: tener hoy otro gobierno, o estar presenciando la recuperación política del presidente, su aceptación y apoyo en la Asamblea, en el otro extremo.

Al final, la votación era equivalente a un voto referendario. Y evaluarla nos inquiere sobre qué estuvo más cerca: ¿la destitución o la redención de Lasso?

Para la destitución faltaron apenas una docena de votos (de 137). El éxito político del Gobierno se mide en haber controlado esos votos, el fracaso en el descontrol de los 80 que votaron por la destitución.

Todo es muy relativo a la línea base que se decida usar: popularidad inicial y final de los protagonistas del episodio, relativo a la utilidad transferible de cada quien, en clave de teoría de juegos, relativo a la gobernabilidad anterior y posterior a la votación, etc. Pero en negociación el mayor talento está en construir oportunidades a partir de crisis como la referida. ¿Qué hubiera pasado si el Gobierno destinaba todo su esfuerzo y recursos a ampliar su coalición en la Asamblea?

¿Que tenían los 47 votos correístas que ofrecer a los 33 legisladores que votaron con ellos, que el Gobierno no pudo ofrecer? ¿Tenía el gobierno propuestas alternativas? ¿Algún proyecto o ilusión que vender? Le hubiera servido una votación masiva a su favor para darle la vuelta a su historia de reveses políticos en la Asamblea? ¿Confinar al correísmo a minoría? ¿Cuál era el costo político aceptable para ello? Son preguntas que convidan a pensar en la oportunidad referendaria.

Ahora parece obvio que las negociaciones con organizaciones sociales son el nuevo foco de negociación política. Claro, pues en la Asamblea, donde el Gobierno apenas pinta, se siguen repartiendo las instituciones. Y parece claro que el Gobierno empieza a reconocer que el capital político y los recursos del Estado se deben negociar con quienes por su representatividad política pueden cambiar su historia.