La caña
Nuestro optimismo es, en fin, tan inevitable como nuestro instinto de supervivencia’.
Criticamos el voto populista como un voto antitécnico e ignorante. Pero la próxima vez que las mayorías elijan a un político que ofrece maravillas sin decir cómo las conseguirá, sugiero no juzgar tan severamente.
A las personas se nos hace muy difícil proyectar en nuestra mente situaciones imaginarias, hacer análisis conceptuales, pues el presente y aquello que tenemos disponible ante nosotros se nos lleva toda la atención, nos ocupa la memoria RAM, para usar términos computacionales. La materialidad de nuestro trajín diario, el presente, nos impide elevarnos en reflexiones. Inevitablemente, cuando proyectamos el futuro lo hacemos con base en lo que tenemos al frente, sea esto carencias o riquezas; hay que ser académico para dedicarle tiempo a la parte sumergida del iceberg. Este fenómeno se llama sesgo de disponibilidad y explica que prefiramos “pájaro en mano que cientos volando”.
Otro sesgo que opera en el voto populista es el de optimismo. Ocurre cuando imaginamos el futuro y somos más optimistas de lo que debemos ser. Dicho de otra forma, si hiciéramos un inventario entre cómo salieron las cosas y cómo las anticipamos, descubriríamos que fuimos muy optimistas: con los plazos, con las relaciones, con los contratos, con los costos. Nuestro optimismo es, en fin, tan inevitable como nuestro instinto de supervivencia. Por eso aceptamos plazos imposibles o confiamos en personas sin reparar en las razones para hacerlo.
Como consecuencia de uno y otro fenómeno el voto populista no solo es lógico sino inevitable entre quienes viven por el día a día.
El que vota populista lo hace mirando su presente y lo que (no) tiene disponible, no preguntándose que hay detrás de las camisetas, de los espejitos, de la tarima y de la sonrisa chabacana del candidato. El que vota populista mira el futuro con inevitable optimismo, no haciéndose preguntas juiciosas sobre cómo hará el candidato para cumplir sus ofrecimientos. Aquello no importa. Entre la promesa del que ofrece pescado y la del que ofrece la caña para pescar, saquemos nuestras propias conclusiones.