Jaime Rumbea: Una paradoja más del poder

Desde siempre y hasta siempre, las paradojas exigen lo mejor de quien las enfrenta
En tiempos de zozobra, el pueblo siempre busca protección. En el marco de nuestra cultura política, el pueblo ecuatoriano la busca en otro: en una figura, en una autoridad, en un gobierno.
Así es como empieza la paradoja: cuanto más vulnerable se siente una sociedad, más dispuesta está a delegar su libertad a cambio de orden.
Y cuanto más cede, más confía.
Y cuanto más confía, más poder le otorga al gobernante.
Sin embargo, ese poder no es solo simbólico.
En el modelo del Estado-nación moderno, ese poder se expresa en el monopolio de la violencia legítima: en los policías, en los militares, en los tribunales, en las cárceles.
El Estado, nacido para poner fin al caos feudal, consolidó ese poder con la promesa de seguridad.
No obstante, el instrumento no es el fin: en su uso ha solido desviarse.
Me tranquiliza oír que el Gobierno comunica bien sus intenciones para alcanzar paz social; los resultados electorales se lo acreditan.
Pero por ello mismo debe inquietarnos que, cuanto más poder policial y militar concentre, más fácil será que ese poder derive en prácticas de las que luego cueste regresar.
La represión se aleja de la excepción y se cotidianiza -todos lo hemos vivido-.
No invito a frenar, sino a pensar.
Es el mismo poderío que hace grandes a los imperios… el que los hunde.
La crisis del Estado-nación no debilita esta lógica: la refuerza en todas partes.
Incapaz de contener a los nuevos actores de violencia organizada, ya sean estos el terrorismo, el narcotráfico o las mafias transnacionales- alimenta el miedo.
Y el miedo pide más poder.
Esta, entre otras paradojas del poder, no tiene salida clara.
Tanto César, como Nerón, Cómodo, Robespierre, Napoleón, Hitler o Putin, y todos aquellos que se hacen un lugar en la historia, son recordados por el lugar que tomaron en ella.