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Jaime Antonio Rumbea | Momento Sarkozy

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El tiempo prueba que la ley es un activo de las sociedades y nunca de las personas

Nicolas Sarkozy acaba de ser condenado por una figura penal ambigua: una de esas fórmulas que los sistemas modernos emplean cuando la causalidad se vuelve difusa y la línea entre el error, la conveniencia y el delito se disuelve en la bruma de la política. Sea cual fuere la causa que prosperó, el solo hecho de que haya llegado a juicio —y que la sentencia se haya ejecutado— tiene un valor simbólico notable: la ley es un activo de las sociedades y nunca de las personas.

La sanción pública, con toda su teatralidad mediática, cumple una función ritual. Expone el corte entre el bien y el mal, restituye una frontera que la retórica contemporánea suele volver opaca. En una época donde la moral —¿cuál, exactamente?— se diluye en matices infinitos, el juicio, aunque imperfecto, reabre la posibilidad de distinguir: de afirmar que las acciones tienen consecuencias.

Las narrativas que nos rodean —series, biografías, campañas— exaltan la ambigüedad como valor supremo: el héroe criminal, el empresario caído, el político redimido, a veces todos juntos con toques de inclusividad. Y esa luminosidad que parecemos darle a difusos modelos, en pantalla, trae penumbra en la calle: blindajes, vidrios polarizados, accesos restringidos.

Algo no encaja si tras los mismos vidrios oscuros se deben esconder funcionarios en busca del bien común, grandes patrimonios ganados con sudor…y delincuentes. Algo se extravía cuando el bien y el mal coinciden en los mismos dispositivos de resguardo. Que problema para los buenos.

La sociedad del conocimiento quiso hacer todo visible, todo accesible y todo comprensible; terminó multiplicando extrañas apariciones. La luz, símbolo eterno de la virtud, la verdad, el saber y el bien, ha sido violentada para acompañar la supuesta complejidad de nuestras sociedades -tenemos solo reflejos que todo muestran y nada revelan.

Sarkozy en prisión es, en ese sentido, una fisura en el vidrio oscuro. Es la fisura, la grieta, donde puede empezar el cambio, con la entrada de luz; tan sencillo y potente como suena.