La fatal arrogancia

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"Después de 65 días de encierro, nuestro Leviatán criollo pretende, cual Chapulín Colorado, seguir controlando nuestras vidas".

En su obra maestra Leviatán, o la materia, forma y poder de un estado eclesiástico y civil, Thomas Hobbes hace un análisis filosófico del origen y razón de existir del Estado. Según Hobbes, el Estado es una creación humana cuyo origen parte de un contrato social que responde a la naturaleza desconfiada y competitiva del hombre y sin el cual la guerra del todos contra todos (‘Bellum omnium contra omnes’) resultaría inevitable. Por lo tanto, y con el fin de evitar que el hombre sea lobo del hombre (‘Homo homini lupus est’), Hobbes sostiene que los seres humanos decidieron someterse a una autoridad superior, a la ‘res publica’, o cosa pública en latín, origen etimológico de la palabra república. Así nace el Estado o El Leviatán, en relación con el satánico y descomunal monstruo policéfalo del Antiguo Testamento.

Después de 65 días de encierro, nuestro Leviatán criollo pretende, cual Chapulín Colorado, seguir controlando nuestras vidas. Y aunque algunos se rebelen aun a pesar del escarnio social, otros, víctimas del síndrome de rana hervida, siguen cocinándose de manera dócil con el obediente y no deliberante beneplácito de la Gestapo criolla. No obstante, los resultados del dirigismo estatal han sido lo peor de los dos mundos; una de las tasas de mortalidad más altas del mundo y una economía semidestruida. ¿Cómo entender entonces esta sumisa y enigmática resignación ciudadana? Pareciera que mientras más planifica el Estado, más difícil le resulta al individuo planificar su propio futuro y consecuentemente se subyuga mansa y pasivamente al Leviatán.

En su libro La fatal arrogancia, uno de los maestros de la escuela de economía austríaca, Friedrich Hayek, elabora de manera magistral acerca de los conceptos del orden espontáneo y del conocimiento disperso. En su libro, Hayek evidencia de manera indiscutible los procesos históricos que demuestran cómo el conocimiento de millones de individuos interactuando libremente ha sido siempre más poderosos que la planificación central o, como explicaría el filósofo escocés Adam Ferguson, el poder creativo yace en el resultado de la acción humana y no en la ejecución de un diseño humano, por muy bueno que este sea.

Sin embargo, aún ante la incontrastable evidencia histórica, la desconfianza en el individuo persiste. El afán regulatorio es insaciable y se pretende seguir extendiéndose ‘ad infinitum’ con el fin de seguir coartando nuestros más elementales derechos individuales, como la libre movilidad o la libre interacción de individuos y mercados. Y como criaturas se nos advierte que, si somos malcriados se nos volverá a encerrar pues se nos considera interdictos por decreto.

Es moralmente inaceptable que se siga dilatando el estado de excepción para seguir atropellando nuestras libertades civiles. Es hora de menos Leviatán y de más orden espontáneo pues ningún planificador central decidirá mejor el futuro que los individuos actuando en libertad, porque como bien diría Hayek: “La libertad no solo significa que el individuo tiene la oportunidad y el peso de la elección. También significa que debe soportar las consecuencias de sus actos. Libertad y responsabilidad son inseparables”.

¡Hasta la próxima!