Iván Baquerizo | El Leviatán a dieta

De lo que no se habla es de los miles trabajos que se pierden o no se generan por mantener los puestos burocráticos
Milton Friedman, uno de los más claros defensores del liberalismo económico del siglo XX, solía decir que “nada es tan permanente como un programa gubernamental”. Y no lo decía desde la teoría, sino desde la evidencia histórica: los Estados se expanden con una facilidad asombrosa, pero nunca se contraen sin conmoción. Hoy, en Ecuador, el Gobierno ha tomado una decisión impopular pero necesaria: reducir el número de ministerios, fusionar secretarías y suprimir, por lo pronto, cinco mil plazas de la burocracia.
Como era de esperarse, los llantos del colectivismo comenzaron ‘ipso facto’. Las consabidas babosadas de que los despidos son un acto del neoliberalismo salvaje y la muletilla favorita de que hay que anteponer al ser humano frente al capital. Como si el capital o dinero, obtenido con el sudor de nuestras frentes, no fuese la representación legítima de nuestro esfuerzo diario, es decir del trabajo del ser humano.
Lo que no se dice es que el Leviatán es un monumento a la ineficiencia. Un estado hipertrofiado, engendrado no para servir al ciudadano, sino para servirse a sí mismo. Puestos creados para satisfacer compromisos partidistas y observatorios que no observan nada, más allá del rol de pagos.
El Estado no es un fin en sí mismo. No debe ser una fábrica de empleos, sino un garante de seguridad jurídica, infraestructura básica, seguridad y orden público. Nada más. El empleo verdaderamente productivo no lo genera el Gobierno, lo crea el emprendimiento privado, y ese florece cuando se deja respirar al ciudadano, no cuando se lo asfixia con impuestos y regulaciones. No se trata de sostener burocracia, sino de facilitar la generación de empleos productivos. Un Estado pequeño, ágil, enfocado, es un Estado más justo. El Estado debe ser un medio, no un fin. Un árbitro, no un jugador.
De lo que no se habla es de los miles trabajos que se pierden o no se generan por mantener los puestos burocráticos. La lógica es sencilla; cada dependencia pública trae consigo presupuestos, reglas, permisos, sellos, funcionarios. Y con ellos, más trabas, más corrupción y más desempleo. Más formularios, menos acción. Más sellos, menos empleo. Hayek lo explicó con sencillez: “Cuanto más crece el Estado, más decrece la libertad”. Cada oficina nueva implica un nuevo sello, una nueva traba, un nuevo burócrata. Y con ellos, menos espacio para actuar, para innovar, para crear.
Este 25 de julio Guayaquil celebró su fundación. Conviene recordar que La Perla no nació de una oficina ministerial. Guayaquil floreció por mérito, no por decreto; por empuje, no por permiso. Nació del coraje de emprendedores, de comerciantes y de hombres libres. Guayaquil y el Ecuador necesitan de libertad para progresar, no de burocracias ni permisos.
Reducir el tamaño del Estado no es neoliberalismo, aquella entelequia inventada por las cotorras colectivistas. Es sentido común y responsabilidad. Es devolverle al poder político su verdadera razón de existir: administrar lo necesario y para el resto ‘laissez-faire’. Porque como diría el gran Ronald Reagan, “el mejor programa social es un trabajo” o más potente aún, “el gobierno no es la solución a nuestros problemas; el gobierno es el problema”.
¡Hasta la próxima!