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Caos capital

Avatar del Irene Vélez

"La insurrección para evitar el fraude no comprobado podría ser la nueva bandera de los perdedores de una elección"

Bernie Sanders fue frontal: “El hombre directamente responsable por el caos de hoy es Donald Trump”. Los objetivos de este artículo son dos: determinar el grado de responsabilidad del presidente en la toma del Capitolio, y analizar el significado del evento histórico y sus posibles repercusiones. Para responder la primera interrogante, preguntaría a los seguidores del presidente que no se vieron identificados con esa “banda” de fanáticos: ¿qué esperaban? ¿Qué podía ocurrir si el día que debía certificarse la victoria demócrata su presidente de forma paralela convocaba una marcha para salvar a América (Save America March)? En su discurso, el presidente afirmó que jamás reconocería la derrota y les pidió que lucharan. ¿Qué hicieron sus oyentes? Lo que se les dijo: luchar. ¿Es que acaso el verbo no se hace carne? ¿Es que el discurso no moldea la realidad? Si aún duda sobre el grado de implicación del presidente en los eventos desatados, solo modifique su figura en los últimos meses. Imagínelo aceptando la derrota. Las imágenes del 6 de enero se empiezan a desvanecer. Sin padrino no hay bautizo. Desde 1834 el Capitolio no había sido invadido. ¿Qué significó y cuáles pueden ser las consecuencias de este momento? En primer lugar, EE. UU. perdió ser referente de civilización. George W. Bush expuso el horror: “es una imagen enfermiza y desgarradora. Así es como se disputan los resultados de las elecciones en una banana republic, no en nuestra república democrática (…). La insurrección podría ser un daño grave para nuestra nación y nuestra reputación”. ¿Podría? Es. Ni la más antigua democracia está exenta de los efectos del populismo. Removieron pasiones y frágil resultó ser la civilidad. Esto podría desembocar -en el mejor de los casos- en el distanciamiento del partido republicano de Donald Trump. En el peor: se fijó el precedente a nivel internacional. La insurrección para evitar el fraude no comprobado podría ser la nueva bandera de los perdedores de una elección. Allá la institucionalidad pudo frenarlo (en efectos prácticos y hasta el momento), ¿y donde no la hay? EE. UU. estornudó, en el resto del mundo nos asustamos del resfrío.