Columnas

¡Horror!

Es el sentimiento que asalta a los seres humanos que no podemos estar de acuerdo con las putrefactas decisiones del Foro de Sao Paulo.

Desaparecidos unos, a Dios gracias, desprestigiados todos y prófugos los sinvergüenzas que de manera cobarde huyeron, se empeñan en retornar o continuar con sus afanes protervos.

La juventud, divino tesoro, pero irreflexiva, se deja manipular y son lanzados a la destrucción de lo que encuentran a su paso, sea privado o público.

Ya no solo son las piedras sino armas fabricadas de manera rudimentaria pero letales potenciales.

A esto se acompañan los escudos, las máscaras y el infaltable trapo rojo.

Pueden herir o incluso matar de manera estúpida. Si las fuerzas del orden salen a defendernos, son los criminales abusivos.

No tardan en aparecer los defensores de los derechos humanos, pero de manera equivocada. Son intrusos, que le hacen el juego a los depravados que de manera cobarde quieren implantar doctrinas caducas y fracasadas.

Lo ocurrido en Quito hace poco. Lo de Chile en la actualidad, más lo que le espera cuando veamos el aborto de la nueva constitución. Lo que sufrirá Perú si gana el del sombrero. Lo que vive Colombia y su lenta destrucción a mano de los Petroasociados, sin olvidar a Venezuela, aniquilada por el podrido, y a Nicaragua, bajo el yugo de un remedo de ser humano. A esta lista se suman Bolivia y Brasil.

Son ejemplos desgraciados que se originan en mentes que odian todo lo establecido para lograr vivir en paz y en democracia.

Como ya lo dije hace unas semanas, diálogo con esos desadaptados es imposible. El presidente Duque lo ha intentado, al igual que Piñera en Chile, pero no es posible conversar con quienes son contratados para sembrar el caos.

Un llamado a los dirigentes que han logrado destronar a la izquierda deformada y destructora, para que durante sus mandatos no caigan en los vicios de los anteriores gobernantes y preparen el terreno que la América debe transitar para conseguir formar a un pueblo educado, sano y libre.