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¡El día después de la pesadilla será el día que, en el bicentenario, vuelva a brillar la Aurora Gloriosa!’

El día después

¡El día después de la pesadilla será el día que, en el bicentenario, vuelva a brillar la Aurora Gloriosa!’

Si de algo ha de servir la pandemia será para llenarnos de razones por las cuales este país nuestro debe cambiar, o perecer. 

En las dos últimas semanas las imágenes que se han originado en Guayaquil han revelado que la nacionalidad ecuatoriana es tan frágil como su economía. 

Desde el momento que el presidente de la República, en un acto políticamente inaceptable, en tono severo decidió “pegarnos una repelada” a los guayaquileños por ser “indisciplinados y no entender razones”, sus expresiones abrieron las compuertas para los odiadores de ambos sexos, que dieron rienda suelta al insulto y al desprecio, autonombrándose árbitros de la conducta ciudadana y, evidenciando su estulticia, sentenciaron, entre otras injurias, que los deudos deberían permanecer con los cadáveres en casa por varios días para observar el aislamiento y no afectar al resto del país. ¡Qué pobreza de espíritu y falta de tacto!

Guayaquil es una colectividad diversa. Es la ciudad ecuatoriana por excelencia pues el 40 % de sus habitantes provienen de otras partes y la gran mayoría de ellos se sienten hijos de esta tierra, lo que permite afirmar que los guayaquileños nacen donde les place. 

Quienes así se sienten hacen de esta ciudad y provincia, mayor en tamaño poblacional que las dos terceras partes de los 224 cantones y 24 provincias respectivamente, las unidades territoriales más productivas y económicamente viables del país. Cuando se limpian las cifras de los ornamentos contables extraterritoriales, Guayaquil es el mayor contribuyente al fisco. Tiene su historia propia que narradores de pacotilla han pretendido menospreciar y, sí, ha contribuido con la mayor dotación de talento en las artes, las letras, las profesiones y las ciencias al país.

El problema existencial de Guayaquil es el centralismo; esa práctica odiosa de gobierno, que ha perdurado por 200 años y discrimina abiertamente contra Guayas, deberá terminar con la pandemia. El colapso de lo que acá quiere pasar por sistema de salud es una vergüenza nacional. 

Los hospitales infestados y carentes de equipamiento y respiradores; las medicinas que no existen y las pruebas que, si se hacen, deben ir a Quito para obtener los resultados, evidencian el desastre que nos agobia; la indiferencia e ineptitud burocrática, que no cede en los trámites que justifican su existencia; los equipos de protección para los médicos y enfermeras que, siendo insuficientes, han condenado a decenas de ellos a la muerte prematura; la carencia de tumbas y el colapso de los cementerios constituyen la pincelada final de esta tragedia que vivimos acá.

Este cuadro es de autoría del centralismo rapaz que le mezquina los recursos para atender la salud a esta provincia. No hay justificación alguna para que una sola provincia favorecida reciba tres veces más la cantidad de recursos que Guayas. 

Si no hay ambulancias, medicinas, médicos y la gente muere en las calles es la consecuencia del centralismo y de sus gobiernos que no acaban de entender que Ecuador no puede prescindir de Guayaquil, y que Guayaquil es el centro de gravedad de la nacionalidad.

¡El día después de la pesadilla será el día que, en el bicentenario, vuelva a brillar la Aurora Gloriosa!