Lo que el tiempo se llevó

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Es, en una corta frase, la consciencia de ser conscientes, facultad que nos permite embarcarnos a bordo de las memorias de lo que fue y de lo que pudo haber sido y no fue: de lo que el tiempo se llevó.

¿Existe el tiempo?, o ¿es que vivimos en una realidad virtual -a lo Matrix- y el tiempo no existe? Son preguntas que filósofos, religiosos y físicos toman muy en serio. Mientras estos últimos nos hablan del tiempo de Planck (que es la medida teórica más corta de tiempo y equivale a un segundo precedido por 44 ceros, lo que en notación matemática se escribe: 1 x 10^ - 44), los religiosos predican acerca de la eternidad, que es equivalente a vivir solo en tiempo presente, sin pasado ni futuro.

¡Ah, el tiempo! ¡Tanto se ha escrito de ti! Eres el tema de incontables poemas, libros y canciones. Marcel Proust te dedicó su interminable relato de las reminiscencias de Charles Swan y de otros caracteres en A la Búsqueda del Tiempo Perdido, usando el relato para alegorizar la búsqueda de la verdad. Son los temas literarios los que adornan el trato del tiempo que, por lo demás, transcurre cual rutina diaria en las vidas comunes y corrientes. Pensar científicamente en el tiempo requiere cogitar, como diría Einstein, en un pasado que no existe y en un futuro que está por ocurrir, viviendo en un presente que es fugaz y a ratos imperceptible. Requiere, adicionalmente, intentar entender que el tiempo y el espacio son el mismo tejido sideral: que el tiempo transcurre en el espacio y el espacio (poblado por la materia) “tuerce” al tiempo.

El tiempo es una cápsula sin confines conocidos. Transcurren nuestras vidas desde el nacimiento a la primera infancia, de la niñez a la juventud, de ser adultos jóvenes a personas maduras, de viejos a ancianos y senectos, hasta culminar con la muerte. Es por tanto la dimensión que en nuestro universo va en una sola dirección. En el tiempo crecemos mientras nuestros rostros y figuras cambian. Formamos parte de familias que eventualmente se desmembran y dispersan; cohabitamos en guarderías, escuelas y colegios donde hallamos compañeros que, en casos, lo son para toda la vida; cursamos universidades donde nos formamos como profesionales y nos ocupamos en empleos o emprendimientos donde germina la experiencia. El tiempo, algunos le llaman la vida, nos da y nos quita fortunas materiales; nos brinda alegrías, angustias y pesares; nos hace reflexivos o imprudentes, sabios o tontos. Nos permite experimentar el amor, la empatía, la envidia, la hipocresía y la mentira. Es en el tiempo que formamos nuestras propias familias, generamos nuestra descendencia y formamos parte de conjuntos sociales.

Como seres humanos tenemos los recursos de la memoria y la imaginación para recordar y reconstruir el pasado con detalles de alta resolución. Podemos, de igual forma, imaginar el futuro. Aprendemos por experiencia que el devenir es aleatorio y desafía los planes mejor calculados. Realizamos que las acciones y decisiones del presente tienen consecuencias para el futuro. Hacemos actos de introspección para escuchar las voces desmaterializadas de nuestros padres, maestros y consejeros; de todos quienes sentimos que nos desearon bien. Es, en una corta frase, la consciencia de ser conscientes, facultad que nos permite embarcarnos a bordo de las memorias de lo que fue y de lo que pudo haber sido y no fue: de lo que el tiempo se llevó.