Guayaquil y Quito: centralismo, autonomía y federalismo

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Concebir al federalismo como separatismo es el argumento usado por los centralistas para defender el ‘statu quo’ y seguir manejando el país a su antojo.

“La autonomía es al federalismo como la convertibilidad es a la dolarización: frágil y manipulable contra firme y sustentable.”

Mientras Quito prepara su Estatuto de Autonomía, varias de sus parroquias aledañas buscan constituir un nuevo cantón al sentirse postergadas por el municipio capitalino. El alcalde Yunda ha dejado ver que si de él hubiese dependido hacer el metro, no le hubiera entusiasmado. Sin embargo de ello, propone ampliar la línea hacia el norte y planifica la versión capitalina de la aerovía, que cuesta entre cuatro y cinco veces más que la de Guayaquil, proponiendo, además, la adquisición de 300 buses eléctricos, todo con el apoyo del gobierno central. 

El problema es que el gobierno no tiene los medios ni el financiamiento; que hay necesidades competitivas, y que la empresa municipal quiteña de transporte, que tendría a su cargo la gestión de los proyectos, pierde la camisa en sus operaciones por causa de la ineficiencia y la corrupción. Es la disyuntiva en la que el centralismo y un modelo errado de administración han puesto a la capital.

Hay temas que los gobernantes no captan, como lo fue en su momento la imposición de la dolarización. Pero los oídos sordos no esconden el paralelo histórico entre una moneda descalabrada y un régimen quebrado moral y económicamente. Hoy la discusión que debe ir cobrando actualidad es la reforma a fondo del régimen gubernamental ecuatoriano, entre cuatro vertientes: la de quienes no quieren hacer nada; quienes prefieren reformas puntuales y parciales; y las de los autonomistas y los federalistas.

Concebir al federalismo como separatismo es el argumento usado por los centralistas para defender el ‘statu quo’ y seguir manejando el país a su antojo. Entretanto, la queja contra el régimen vigente halla cada día mayor resonancia nacional y tiene consecuencias para el gobierno de Moreno cuya tara, al igual que la de Mahuad en su momento, es no entender que tiene en sus manos un problema que no puede resolver con los medios y herramientas de los cuales dispone.

El centralismo, un régimen grosero, crea rencillas. Da paso a quienes argumentan que Quito y el centralismo la misma cosa son. Yo discrepo pues la realidad es siempre mucho más compleja que la caricatura. En Quito hay talento creativo, empresarios y empresas de primer orden, gente culta y sofisticada, y una historia rica en personajes y eventos. Sin embargo, nada de lo dicho niega la realidad de que, al ser y estar en la sede del poder, la capital y el gobierno central tienen una enorme identidad y traslapo, circunstancias que se tornan antagónicas y discriminadoras cuando de los temas de Guayaquil se trata. Acá se siente y se experimenta a diario el dominio de una burocracia alienante y ello da paso a la bifurcación cuando existe una opción superior: la de materializar la fuerza de la sinergia creativa en el federalismo. Dicho de otra forma: ¡federados somos más!

La autonomía es al federalismo como la convertibilidad es a la dolarización: frágil y manipulable contra firme y sustentable. Los GAD de Correa no son ni autónomos ni descentralizados, y un régimen de autonomías no es aceptable mientras, entre otras barbaridades, exista una Cuenta Única y el MEF continúe su mala práctica fiscal. La territorialidad se impone y el centralismo debe terminar antes de que este termine con la República.