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La demencia del gentío

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"La libertad, después de todo, no es un bien gratuito y contra la barbarie debe existir la inteligencia para ubicar los focos de sedición y anular las condiciones para la rebelión de las masas"

En su libro Delirios colectivos y la demencia de los gentíos, Charles Mackay (1814-1889) sentencia que: “los hombres piensan como rebaño … [y como tal] pierden la conciencia individual, enloquecen, y recuperan la sanidad mental muy lentamente, uno por uno”. Sostiene Mackay que no se puede descartar la existencia de un rincón del cerebro primitivo -el punto “C” por colectivo - que es estimulado de manera puntual cuando entra en acción la conciencia colectiva. Es una reacción útil para los deportes y las campañas políticas, pero, de otra forma, es un peligro para el desarrollo del ser humano y debe ser extraído quirúrgicamente.

La conciencia colectiva es ilusa e ignorante. Permite que se siga y, literalmente, venere al Che Guevara o a Mao, sin tratar de entender qué es lo que los hace famosos. Logra, como lo argumentaba Goebbels y lo hemos observado luego del resultado de las elecciones en los Estados Unidos, que una mentira repetida cien veces se convierta en verdad para muchos. Lleva al rebaño a creer en dragones, imperios inexistentes, pociones mágicas, epopeyas imposibles, sitios encantados, fantasmas, y cualquier causa que apele a un sentimiento de redención o exaltación por razón real o imaginaria. Es tal la capacidad de manipulación para moldear la acción colectiva que los líderes de masas basan sus acciones en el “nacimiento de una nueva forma de democracia”. El delirio colectivo evoluciona entonces, de ser una expresión de estupor en la conducta colectiva a la incitación abierta a la violencia; pasan así del saqueo y destrucción a la agresión física con intento de asesinato. La destrucción de lo público y lo privado van de la mano; y lo que un individuo en solitario es incapaz de hacer se torna natural en el anonimato de la horda. Es por ello que la expresión “tomarse las calles” es un instrumento del quehacer político, sea en Berlín en Kristallnacht quemando libros, obras de arte y los negocios de los judíos en 1938; destruyendo los monumentos, edificios, medios de transporte, templos y atacando a la policía en Quito o Santiago en 2019; y saqueando los centros comerciales en Seattle en 2020. 

La histeria colectiva está divorciada de la razón y la lógica; es puramente instintiva e inmediatista. Es una manifestación de la condición humana que hoy, más que nunca, con las comunicaciones instantáneas, las falsas noticias, los trolls y la propaganda les permite a los vendedores de humo propagar sus mensajes de redención basándose en la destrucción del orden establecido, permite la siembra del terror y el colapso de las economías. Cabe entonces preguntar: ¿qué hacen los gobiernos y las instituciones de la democracia frente a este ataque frontal? La respuesta corta es que la razón individual tiene una clara desventaja ante la insidia colectiva. Quienes profesan la libertad pecan por tener un exceso de fe en las soluciones de la razón. La libertad, después de todo, no es un bien gratuito y contra la barbarie debe existir la inteligencia para ubicar los focos de sedición y anular las condiciones para la rebelión de las masas. Hay que tener mentalidad defensiva para extirpar el “punto C” de las amenazas colectivas, o, alternativamente, sucumbir.