El populismo contra la educación

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Es, en otras palabras, una actividad que, aun en tiempos del internet y de la inteligencia artificial, requiere del uso intensivo de mano de obra calificada.

El baratillo de propuestas hechas por algunos asambleístas de la Comisión de lo Económico no cesa de sorprender por su superficialidad y total desconocimiento de cómo funciona una economía o una sociedad. Todos somos más pobres por causa del descalabro fiscal y la pandemia, y no hay medida que componga por arte de magia una situación marcada por la alarmante realidad: cada día de la cuarentena (¡que algunos sugieren que sea ochentena!) la economía pierde, en promedio, $ 150 millones o, hasta esta fecha, $6. 000 millones. A este paso, llegado el final de mayo, las pérdidas económicas harán que el PIB descienda más allá de un 12 %. 

Es el camino de la iliquidez a la insolvencia y es también el momento de pescar a río revuelto. El populismo económico se hace presente en la cabeza de calenturientos legisladores que proponen, sin importar que sea inconstitucional, crear gravámenes a la propiedad o al patrimonio cuando ello no está contemplado en el proyecto de ley enviado por el Ejecutivo. Es la misma actitud de quienes sienten antipatía hacia la educación privada y proponen la rebaja de los aranceles cobrados por las universidades, como si de la compraventa de baratijas o de negocios entre mercachifles se tratase. 

A este tema paso a referirme. 

La educación tiene una estructura de costos en la cual prima el pago a los docentes y a los empleados y trabajadores. Es, en otras palabras, una actividad que, aun en tiempos del internet y de la inteligencia artificial, requiere del uso intensivo de mano de obra calificada. Es una falacia argumentar que la educación a distancia es de menor calidad o más barata, y, como discípulo de esta, puedo valorar los cursos y conferencias en las materias que me interesan, dictadas por profesores de mis antiguas universidades y de programas a distancia. Las plataformas y servicios de internet no son gratuitos y demandan, aunque suene paradójico, mayor preparación y calificación por parte de los profesores, lo que se traduce en costos adicionales. 

Poner controles de precios a la educación superior y regular las actividades y programas de los colegios aumentará el estrés colectivo que está hoy llevado al límite. Los educadores y los educandos podrían ver sus vidas y aspiraciones truncadas. No resolverá ningún problema económico. Cada colegio y universidad, dentro de sus capacidades individuales, deberá hallar la forma de lidiar con su circunstancia. Obligadas que fueren las universidades a hacer rebajas, deberán compensar sus pérdidas cancelando las becas, ajustando las condiciones de pago, reduciendo masivamente el número de educandos, empleados y proveedores, y limitando o terminando su oferta académica. Se podrá llegar a afectar directa e indirectamente a casi un millón de personas. 

La docencia, la investigación y la vinculación con la comunidad conforman la tríada de actividades que configuran una misión, esa sí estratégica y noble, de las universidades en beneficio de la sociedad. Ecuador no requiere del manoseo de legisladores que, desesperados por seguir en el mundo de la política y las influencias, o instigados por sus propios demonios, atenten contra el bien público y el interés nacional.