La mentira y el engaño: la experiencia diaria

"Si la verdad tiene como una de sus características la racionalidad, la mentira y el engaño recurren a la emoción y a la creación de realidades alternas"
Es el título de un libro (publicado en 1994) que había permanecido escondido en algún recodo de mi biblioteca y cuya temática viene al caso en tiempos de la proliferación viral de noticias falsas, encuestas a la medida, teorías de conspiración, recrudecimiento del racismo y cánticos de nacionalismo.
El texto contiene una serie de ensayos intrigantes, entre ellos el tratamiento del engaño y el autoengaño en las discusiones filosóficas, y el uso de la mentira y el engaño entre las bestias.
Como lo revela el Libro del Génesis, el duelo entre la verdad y la mentira es consubstancial a la naturaleza humana. Las discusiones filosóficas tienen un amplio espectro que abarca desde Immanuel Kant y su Imperativo Categórico (“decir siempre la verdad, sin importar las consecuencias”), pasando por Benjamín Franklin (“cuando te asalte la duda, di la verdad”), Nietzsche (“no es que me mentiste, es que ya no te creo …”), Aristóteles (“hablar la verdad es muestra del carácter”), hasta Maquiavelo (“el fin justifica los medios”). La mentira es moralmente repudiada pero, como diría el abogado del diablo, es más ubicua que la verdad porque está cargada de los placeres del engaño, recubierta por la opacidad, es creadora de realidades inexistentes, y permite el inicio y permanencia de relaciones que, de otra forma, no tendrían razón de ser (tal como en las Relaciones Peligrosas, de Laclos).
En el mundo material, la interpretación de lo que es verdad y lo que es mentira tiene que ver con lo que los economistas denominamos la “asimetría de la información”.
Es uno de los mayores pecados de la Escuela Neoclásica aquel de asumir que en las transacciones de intercambio los consumidores tienen información perfecta acerca de los bienes y servicios que demandan. Los oferentes podrán tener información respecto de lo que sus mercancías costaron y del precio al que están dispuestos a transar, pero no es el caso con los consumidores. Es por ello que los precios y los costos son categorías aparte el uno del otro y la teoría reconoce el subjetivismo: las cosas valen lo que estoy dispuesto a pagar por ellas, por eso regateo.
Si es así en la Economía, ámbito en el cual información objetiva sí existe, en la política no hay otra cosa que la percepción que el votante tiene del oferente. Elige por la pinta o la guapeza, por la voz o por el lenguaje corporal (el mítico “carisma”); por el recurso a la redención indolora del populismo; por el resentimiento por haber perdido el empleo, la deuda que no pudo pagar, la casa que le quitaron, o el pariente que perdió en la pandemia.
Si la verdad tiene como una de sus características la racionalidad, la mentira y el engaño recurren a la emoción y a la creación de realidades alternas.
¿Hay defensas contra ello? La respuesta enfática es que la lógica, la información y el buen criterio son los “firewalls” contra el engaño.
Si las encuestas apuntan como vencedor a cada uno de los candidatos, sospeche de todas. Si las promesas son facilistas, sepa que no se habrán de cumplir. Si los precios son de ganga puede que el producto tenga defectos escondidos. Y si el lenguaje corporal es sinuoso y la mirada esquiva, sepa que lo están comiendo al cuento.