Leviatán y yo

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Se configura un genotipo de Leviatán que abarca desde el despotismo opresivo hasta la ausencia negligente.

Preguntado que fuera alguna vez por qué decidí titular mi columna como Individuo, Economía y Sociedad, mi respuesta fue que creo en la supremacía del individuo, en que la libertad económica radica en la capacidad para intercambiar y transar libremente, y en que los límites de la libertad están dados por el pleno ejercicio de la misma por parte de quienes convivimos en comunidad. 

Sin embargo, como también lo he argumentado en otro momento, la libertad no se define por la ausencia de un Estado opresivo. Debe existir equilibrio de fuerzas entre Estado y Sociedad, tal como lo argumentan los profesores Daron Acemoglu de MIT y James Robinson de la Universidad de Chicago en su influyente obra Por qué fallan las naciones. Ellos usan como marco teórico para sustentar su argumento el Leviatán de Thomas Hobbes, quien postuló que la condición humana es la del conflicto permanente (“homo hominis lupus”) y que, para preservar la existencia en un medio de soledad, pobreza y exterminio, los hombres entregan a un Estado todopoderoso la custodia de sus vidas, con la lamentable consecuencia de que el Estado deviene en un ente opresor y se convierte en el “Leviatán Despótico”. Al otro extremo del espectro se sitúa el “Leviatán Ausente”, que tampoco garantiza el ejercicio de la libertad. Arriban a la conclusión de que el equilibrio de poderes se obtiene en la medida en que el Estado queda en condición de “Leviatán Encadenado”.

El Estado, lo reitero, no otorga la libertad y la ausencia de este tampoco la consigue. El equilibrio entre Estado y sociedad fortalece el ejercicio de la libertad al existir normas que limitan el ejercicio del poder de la autoridad y, como contraparte, obligan a la sociedad a cumplir con las normas establecidas. Es el imperio de la ley complementado por el libre ejercicio de la política y la libertad de intercambio en el mercado. La confianza de la sociedad en el Estado promueve la paz y demanda del Estado la efectividad en el cumplimiento de sus funciones de protección, arbitraje, ordenamiento y bienestar general.

Pensemos, como ejemplo de extremos, el comunismo y el fascismo por una parte, y los Estados fallidos por la presencia del narcotráfico por otra; y, como equilibrio, los países nórdicos, que tienen Estados fuertes cuyo contrapeso lo constituyen sociedades igualmente fuertes y cohesionadas.

¿Dónde se encuentra Ecuador? La respuesta corta es que acá se configura un genotipo de Leviatán que abarca desde el despotismo opresivo hasta la ausencia negligente. Es una suerte de Leviatán bipolar y, más aún, esquizofrénico. 

La fuerza de la norma legal es endeble, las instituciones de la democracia son débiles, la calidad de los actores de segunda, y la falta de visión preocupante. Los doscientos años de país no han sido suficientes para construir una nación que equilibre Estado y sociedad. Es un medio donde el pacto social tiene interpretaciones divergentes y antagónicas; la economía permanece amarrada con pesados grilletes y el asedio de la barbarie recrudece por la desinstitucionalización del Estado y la vigencia de una sociedad en condición alarmante de disfuncionalidad.