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Francisco Rosales Ramos | Una nueva Constitución es mandatoria

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¿Cuándo, en la agitada vida política ecuatoriana, es el momento oportuno para una asamblea?

La Constitución de 2008 ha sido nefasta para el país. Es producto del radicalismo de dos profesores extremistas españoles (Roberto Viciano y Decio Machado) que diseñaron similares cartas políticas para Ecuador, Venezuela y Bolivia, entonces en manos del socialismo del siglo XXI.

Es reglamentaria, discursiva, repetitiva, y vergonzosamente redactada.

Es adulterada frente al texto que se aprobó en Montecristi, al punto que varios exasambleístas denunciaron a la Fiscalía la alteración de su texto.

No se trata, por tanto, de reformar la carta política vigente porque, de así hacerlo, se mantendrían su estructura y sus defectos. Será necesario partir de una hoja en blanco y tener en cuenta las constituciones de 1946 y 1998, que permitieron al Ecuador vivir en paz y desarrollar su sociedad y economía, pero que no se ajustan al país de 2025.

El momento social y político que vive el Ecuador no es el más propicio para una asamblea constitucional por la concentración en los grupos que apoyan a Noboa y Correa y por las fisuras que ha dejado el paro indígena que acaba de concluir.

Por definición, la constitución no puede ser un programa de gobierno de determinada tendencia, como la de Montecristi. Debe dar cabida a regímenes de izquierda, derecha y centro, según decida en su momento la mayoría de los ciudadanos. Pero la actual carta política tiene tantas trabas para las reformas de fondo, que la asamblea se torna indispensable. Por ejemplo, eliminar ese bodrio del Consejo de Participación Social y Control Social se considera -según la Corte Constitucional- reforma de la estructura del Estado que requiere de Asamblea Constituyente.

Por último, cabe la pregunta, ¿cuándo, en la agitada vida política ecuatoriana, es el momento oportuno para una asamblea? De modo que lo único que cabe es llamar a la conciencia de los ciudadanos y dirigentes políticos -¿los hay?- para organizar de la manera menos mala posible la próxima Asamblea. Y no aprobarla si no recoge las expectativas de la nación.