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A su manera

Avatar del Francisco Huerta

Hombre público destacado desde su juventud. Creador de una gran empresa periodística. Ciudadano al servicio de su patria y su ciudad natal’.

Hombre de la primera mitad del siglo XX, parecería que ya nada tenía por seguir haciendo en esta recién entrada tercera década del XXI.

Por mi parte, y es obvio, no comparto el criterio. Bastante patrimonio es la experiencia y así se lo hacía recordar cada vez que, entre cigarrillo y cigarrillo más prendidos por instinto que por vicio, me decía que estaba cansado de vivir. A mi modo de ver, así lo creí un tiempo; el hachazo del desánimo final se lo propinó aquel médico que extremando su franqueza le dijo: el estado de su capacidad visual declinante es incompatible con su ejercicio profesional. Me equivoqué yo y el galeno en mención. Cansado y todo, Galo amaba concurrir, día a día, a su periódico y hacía que Marcia le leyera artículo por artículo de opinión y el editorial, por supuesto.

En cuanto a la lectura de libros, fue con una sonrisa que me hizo saber sobre los audiolibros. Al principio se quejó del acento español de muchos de ellos, especialmente cuando se trataba de literatura sudamericana. “Te figuras, oír con tono andaluz la novela de Perón o Santa Evita”.

Sin duda, Tomás Eloy Martínez fue uno de sus autores favoritos. No sé si primero lo leyó o lo escuchó. Y es que mientras pudo entender lo que leía, porque su mácula aún se lo permitía, eran frecuentes sus importaciones de textos escritos desde La Casa del Libro de Madrid.

Todo lo que le recomendaban sus amigos, aficionados a la literatura u hombres de letras ellos mismos, entraba en la esfera de su interés. Desde El horror económico, de Viviane Forrester hasta Y dios entró en La Habana, de Manuel Vázquez Montalbán, pasando por La desventura de la libertad, de Pedro J. Ramírez.

Así, hasta que se cansó de oír. Empezó a dolerle la patria común y sus tribulaciones. “Ya no me interesa nada, decía casi al final”. Pero le interesaba como antes, como siempre.

La última vez que lo vi estaba bajo un vidrio. Sereno. Casi plácido. Rodeado del afecto de los suyos. Del de sus amigos.

No va a ser fácil reencontrarnos con su sagacidad y su sencillez. Su sentido de las libertades. Permanece su obra.

Don Galo se nos fue como vivió. A su manera.