Columnas

Adriana y Santiago

"...detrás de cada número hay una persona cuya vida y sus sueños quedaron truncados"

En Guayaquil, el 24 de febrero de 2020 la vida de una mujer y de su hijo acabó en manos de un femicida.

Para las estadísticas no fue más que un número que se sumó al de cientos de casos de mujeres que cada día en el mundo son asesinadas intencionalmente por su condición de género.

En nuestro país también la situación es crítica: cada 72 horas la vida de una mujer se termina a manos de un femicida. Aunque muchas veces hay asesinatos de mujeres que las estadísticas oficiales los ubican como accidentes, muertes naturales e incluso suicidios.

En 1976, Diana Russell, ante el Tribunal Internacional de Crímenes contra las mujeres, definió al femicidio como “…el asesinato de mujeres realizado por hombres motivados por el odio, desprecio, placer o un sentido de propiedad de la mujer”.

Pero si la estadística nos alerta de la gravedad de la situación, la realidad es que detrás de cada número hay una persona cuya vida y sus sueños quedaron truncados y hay también una familia destruida que no podrá descansar hasta lograr que se haga justicia.

El 24 de febrero esa mujer y su hijo tenían nombre y apellido. Ese día Adriana Camacho Bermúdez, de 36 años de edad, y su hijo de cinco años, Santiago Martínez Camacho fueron cobardemente asesinados.

El asesino confeso, y conviviente de Adriana, también tiene nombre y apellido: Erick Ortega N. Han pasado seis meses y se sigue esperando que la justicia actúe e imponga la pena máxima al femicida.

Los padres y abuelos de Adriana y Santiago también tienen nombre y apellido: Pastor Camacho y Patricia Bermúdez. Su fortaleza se sustenta en el anhelo de alcanzar justicia.

Como valientemente dice Patricia, madre y abuela de Adriana y Santiago: “¿quién y qué puede pagar y apagar nuestro dolor? Realmente nada. Ellos ya no están. Pero si existiera una posibilidad de encontrar alguna paz en nuestros corazones, la única posibilidad es la justicia. Sin justicia no hay paz”.

No debería haber más casos como el de Adriana y Santiago. No más sueños frustrados y vidas terminadas. Ni más números para una detestable estadística.