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París era una fiesta

Avatar del Fernando Insua Romero

No sirve de nada demoler coliseos romanos si se deja a las fieras sueltas.

No hace falta ver muy atrás en el tiempo, en el torbellino de nuestra historia, para entender que nuestra sociedad está herida de muerte. Solo un mes bastó para convencer a los escépticos de que tenemos a la infamia como escudo y a la violencia como pabellón nacional. Un septiembre negro que nos marcó entre secuestros, sicariatos, femicidios, contrabando y corrupción. Un mes en el que nos convertimos en portada y epitafio alrededor del mundo, cuando se descubrió que María Belén Bernal ingresó una noche a la Escuela Superior de Policía y fue brutalmente asesinada, al parecer, por su pareja; un oficial que debía imponer el orden y no el miedo, un asesinato femicida vestido de criminal negligencia gubernamental e institucional.

El escándalo tumbó la careta de un sistema que se derrumba. Las cifras nos golpean en la cara y descubrimos que María Belén es solo la cara visible de decenas y decenas de asesinatos contra mujeres cometidos durante este año, el año con más muertes por este delito. Y como si no fuera suficiente, mientras el dolor nos atravesaba el alma, la Penitenciaría devino en un santuario de música y alegría. “¡París era una fiesta!”, diría Hemingway. Así, entre fuegos pirotécnicos, licor y algarabía se diluía la poca credibilidad que aún tenían entre los ecuatorianos los acalorados anuncios de la reforma carcelaria.

Hemingway se suicidó y nuestra sociedad va por el mismo camino. Septiembre es un mes que nos recordará la cara más dolorosa de la ‘fiesta de la violencia’ en la que nos hemos convertido, un mes donde vimos policías morir y ser heridos en cumplimiento de su deber y a otros convertirse en asesinos y delincuentes; reflejo claro de una sociedad que en todos los niveles y sin ninguna duda se encuentra dividida en bandos moralmente enfrentados.

El mes se acaba y puede que el presidente cumpla su anuncio de demoler el pabellón donde fue asesinada María Belén, un acto simbólico que no solo es propagandístico sino, además, inútil; e incluso oprobioso para la memoria de la víctima. Y podríamos decir que hasta cómplice, pues da la impresión de que se quiere borrar de nuestra memoria lo allí ocurrido.

No sirve de nada demoler coliseos romanos si se deja a las fieras sueltas.