Fernando Insua Romero | Representantes de nadie

Los asambleístas se acuerdan del votante cada cuatro años
Playas vivió otra masacre. Diez muertos. Un balneario vacío. Lo más ensordecedor no fue el estruendo de las balas sino el silencio: el de los asambleístas de Guayas, que no se han dignado a pronunciar una palabra. Los buscamos y no responden, como si no vivieran aquí, como si no fueran empleados públicos electos -al menos en teoría- para representarnos. ¿A quién representan? ¿A la provincia que les dio el voto? ¿O a la maquinaria partidista que los ubicó en una lista cerrada? Chantal Mouffe, pensadora belga, dice que cuando los partidos se desconectan de la ciudadanía y se obsesionan con el juego de poder, no solo colapsa la política: colapsa la democracia representativa. Y lo estamos viendo. Los asambleístas se acuerdan del votante cada cuatro años. Prometen, se toman fotos, juran estar ‘cerca del pueblo’ y desaparecen. No se reportan con sus comunidades, no regresan a los cantones, ni siquiera hablan de ellos en la Asamblea. Se sumergen en la lógica de sus bloques políticos, donde ya no hay partidos ideológicos, sino movimientos que rotan su nombre cada elección y se comportan como franquicias electorales sin alma ni deber.
Nuestro Diario intentó contactarlos. No para acusarlos, sino para darles la oportunidad de ensayar cercanía con sus votantes (en teoría) y pronunciarse sobre hechos que los agobian. Pero eligieron el silencio o, en el mejor de los casos, declaraciones tibias. Prefirieron que “el partido” hable… como si realmente tuviéramos partidos y no agrupaciones ocasionales sin anclaje territorial ni ideológico. Y esto no ocurre solo en la Asamblea. También tenemos alcaldes que no viven en los cantones que gobiernan, funcionarios que creen que hacer territorio es montar carpas o shows de caridad estatal que están lejos de hacer justicia social, posar ante un par de amigos y subir la foto. ¿Rendir cuentas? A veces, ni ante el espejo. Todo se vuelve pose, retórica vacía, simulacro de una gestión que quedara en el olvido.
La representación política está muerta o al menos necesita terapia de urgencia. Y cuando los representantes no están, no hablan y no rinden cuentas, el crimen -como el poder- encuentra la puerta abierta.