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Fernando Insua Romero | Pepe Botella

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Petro encarna esa izquierda que se quedó sin proyecto, sin pueblo y sin ética

Petro, ese presidente más lleno de vicios que de talento, no vino a Ecuador a representar a Colombia, sino a sí mismo. Llegó con aires de redentor y terminó haciendo el ridículo. Su presencia en la posesión de Daniel Noboa pasará a la historia no por lo que dijo, sino por lo que no hizo: ni saludar con mínima cortesía a la presidenta del Perú, Dina Boluarte. Para él, ella es ilegítima. Irónico, viniendo de quien milita en la nostalgia del M-19, grupo que secuestró niños y mujeres, y que a punta de indultos llegó al poder. ¿Con qué autoridad moral Petro decide quién es o no legítimo?

Pedro Castillo -ese expresidente que disolvió el Congreso, decretó estado de excepción y fue capturado en flagrancia intentando un autogolpe- es, según Petro, una víctima. Boluarte, que asumió el poder conforme al orden constitucional, es para él una golpista. Ya ni disimula su afinidad con el caos. Ni siquiera el mínimo gesto de educación tuvo con la mandataria peruana. ¿Por ser mujer? No sorprende. A Petro le cuesta disimular sus prejuicios, jamás sus delirios.

Pero lo más grosero fue lo que le hizo al propio Noboa: llegó tarde, no aplaudió su discurso y ni siquiera se dignó a felicitarlo. Se comportó como quien va a una boda que no aprueba, solo para arruinar la foto. Un desplante innecesario y deliberado. Su resentimiento pudo más que su rol de jefe de Estado.

Mientras su gabinete se desmorona, su vicepresidenta lo desprecia y su país exige resultados, él se dedica a ofender a naciones vecinas. Cambia ministros con la misma frecuencia que protagoniza escándalos. No es Mujica, aunque algunos pretendan vendernos esa imagen. Si la izquierda celebra sus desplantes está más enamorada de la espada de Bolívar que de la soberanía nacional de nuestra propia nación.

Petro encarna esa izquierda que se quedó sin proyecto, sin pueblo y sin ética. Y allí estaba, en la ceremonia, como un personaje fuera de lugar, dejando tras de sí una estela de vergüenza. Vino a Ecuador, pero no sabemos a qué. Tal vez solo a confirmar que José Bonaparte (Pepe Botella) no fue el único borracho con delirios de grandeza.