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Fernando Insua Romero | El día que votamos sin leer

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Si nos cae bien, decimos sí; si nos cae mal, decimos no. Y mientras tanto, seguimos sin leer la letra pequeña de la historia

En 1995 yo era un niño, recién llegado a un país que aún trataba de entenderse a sí mismo. Ese año, el presidente Sixto Durán-Ballén impulsó una consulta popular con preguntas que, vistas hoy, resultan casi proféticas: descentralización, modernización del Estado, administración del IESS, autonomía municipal. Eran temas de fondo, de futuro, pero el debate público se convirtió en otra cosa: un plebiscito sobre la figura del presidente.

El SÍ o el NO dejaron de tener relación con el contenido y pasaron a medir simpatías personales. La oposición no discutía el sentido de las preguntas, sino la cara de quien las formulaba. Y el gobierno, en lugar de educar al votante sobre lo que estaba en juego, se enredó en la defensa política de su líder. Resultado: gano el NO y el país siguió arrastrando los mismos males que Sixto quiso corregir.

Treinta años después, parece repetirse el guion. El gobierno actual ha formulado preguntas que merecen discusión seria, pero las ha explicado con torpeza o con prisa, como si el ciudadano ya entendiera lo que está en juego. Y la oposición, en cambio, ha hecho del NO un mantra místico, un dogma de fe que no necesita análisis ni lectura. Es el mismo reflejo automático: negar o afirmar, por reflejo ideológico.

Ecuador tiene un talento especial para confundir el examen con el examinador. No votamos sobre políticas, votamos sobre personas. Si nos cae bien, decimos sí; si nos cae mal, decimos no. Y mientras tanto, seguimos sin leer la letra pequeña de la historia.

Los referendos no deberían ser encuestas de popularidad. Un sí o un no sin entender la pregunta es un insulto al proceso democrático. Porque al final, de nada sirve cambiar constituciones, reformar instituciones o descentralizar el Estado si seguimos centralizando la discusión en los egos.

Quizás la próxima vez que haya una consulta, en lugar de discutir si nos gusta el presidente, deberíamos empezar por leer lo que dice la papeleta. Si no, podríamos ahorrar dinero y hacer una sola pregunta nacional: ¿Le cae bien el presidente, sí o no?

Y listo, resolvemos el futuro del país con una sonrisa o una mueca.