Ernesto Albán Ricaurte | ¿Es posible ser un estadista en Ecuador?

Frente a la provocación, el estadista busca el diálogo, respeta la institucionalidad y actúa con transparencia
En política, la tentación de responder con la misma moneda es grande. Más aún cuando la oposición ha conspirado, boicoteado y cooptado indebidamente espacios de poder. En este clima, la confrontación parece inevitable. Sin embargo, un verdadero estadista no debería guiarse por impulsos, sino por la convicción de que la democracia solo sobrevive si se la defiende con principios democráticos.
Ser un estadista evoca una figura rara en la política moderna: alguien que piensa más allá de la coyuntura, capaz de anteponer el interés general a la tentación del cálculo inmediato. Implica actuar con altura incluso cuando el adversario no lo hace. No es ingenuidad; es comprender que la democracia no se protege debilitando instituciones, sino fortaleciéndolas. Un presidente puede sentirse agraviado, pero su responsabilidad es mayor que la de cualquier otro actor político: preservar las reglas del juego que le dieron legitimidad y asegurar que sigan vigentes para sus sucesores.
La historia ofrece lecciones contundentes. Nelson Mandela, tras 27 años de prisión, eligió la reconciliación en Sudáfrica y lideró una transición pacífica que evitó una guerra civil. Angela Merkel, frente a la crisis de la eurozona (2009-2012), gobernó con pragmatismo, negociando consensos con adversarios para estabilizar Europa. En contraste, líderes como Nicolás Maduro en Venezuela, con la disolución de facto de la Asamblea Nacional en 2017, o Daniel Ortega en Nicaragua, con la persecución a opositores y el control absoluto de las instituciones, han priorizado el control, debilitando contrapesos y erosionando la institucionalidad.
Frente a la provocación, el estadista busca el diálogo, respeta la institucionalidad y actúa con transparencia. Su liderazgo no se mide solo por encuestas o leyes aprobadas, sino por la capacidad de dejar un sistema más fuerte del que recibió.
Sí, es posible ser un estadista en Ecuador, pero ello exige disciplina, visión de largo plazo y la voluntad de anteponer el bien común a la revancha. Como lo demuestra la historia, en política, actuar con rectitud, integridad y coherencia también es estrategia.