Ernesto Albán Ricaurte | El legado de Iza
El último paro nacional confirmó lo que muchos intuíamos: la Conaie atraviesa una crisis sin precedentes. La movilización indígena se inició con la exigencia de derogar el decreto que eliminó el subsidio al diésel, pero terminó sin ningún logro. Aunque la convocatoria fue nacional, solo tuvo eco en Imbabura, donde la violencia alcanzó niveles extremos. En el resto del país, las bases se mantuvieron al margen y la ciudadanía respondió con indiferencia. El fin del paro fue anunciado por la propia Conaie, pero varios grupos indígenas de Imbabura se negaron inicialmente a acatarlo. Un día más tarde lo levantaron, desconociendo a su dirigencia: una señal inequívoca de pérdida de autoridad y descomposición interna.
Durante tres décadas, la Conaie ha sido un actor decisivo en la vida política del país: ayudó a derrocar gobiernos, abrió espacios de representación y colocó la agenda indígena en el centro del debate nacional. Nada de eso sobrevive hoy. Leónidas Iza convirtió a la organización en una plataforma política personal. Su candidatura presidencial no representó una aspiración colectiva, sino un proyecto de poder sostenido en la confrontación. Desvió la energía del movimiento hacia la protesta permanente. A ello se sumaron sus vínculos con el correísmo, que comprometieron la autonomía histórica de la Conaie y la asociaron con un proyecto político que antes había sido su adversario. Esa afinidad terminó erosionando su credibilidad y dividiendo a la organización.
El resultado es devastador. Las dos últimas movilizaciones, marcadas por la violencia y la ausencia de objetivos claros, no solo aislaron al movimiento, sino que desacreditaron la idea misma de la protesta social. Resulta incomprensible que una organización capaz de paralizar al país, no haya sido capaz de exigir mejoras concretas para sus propias comunidades: educación, salud, vivienda o desarrollo rural.
Ese es el legado de Iza: una Conaie fracturada y sin rumbo, prisionera de una dirigencia que hizo de la protesta su único lenguaje. El movimiento que alguna vez representó a los pueblos indígenas del Ecuador hoy sobrevive más por inercia que por convicción. Iza no solo debilitó a la organización, la vació de sentido político y la alejó del país que decía representar.