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Ernesto Albán Ricaurte | Acostumbrados al caos

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El costo más alto del caos no se mide en cifras de inversión, sino en la vida diaria de los ciudadanos

Ecuador parece haber hecho del caos una forma de vida. Nos hemos habituado a que nada funcione como debería y hasta lo justificamos con frases de humor negro: “al menos nunca nos aburrimos”, o “siempre hay de qué hablar”. Para los políticos la inestabilidad se ha vuelto una estrategia: les da protagonismo, les asegura un discurso y les permite esquivar responsabilidades. Para la ciudadanía, en cambio, todo se reduce a un espectáculo constante. Pero lo que muchos no entienden es que detrás de esa aparente ‘normalidad’ se esconde la raíz de nuestro estancamiento.

Los ejemplos son claros. Cada año atravesamos movilizaciones que bloquean carreteras y paralizan la economía, con pérdidas que suman miles de millones de dólares en los últimos años. El debate político gira hoy en torno a una nueva Constituyente, pero sin que el Gobierno haya explicado qué modelo de Estado busca ni qué derechos piensa proteger. A eso se suman los choques permanentes entre instituciones, más preocupadas en disputarse cuotas de poder que en dar soluciones. La inestabilidad no es un accidente: se ha convertido en la manera de gobernar al país desde hace décadas.

En este escenario ningún inversionista serio arriesga su capital. Y no hablamos solo de capital extranjero; ni siquiera el empresario ecuatoriano se atreve a comprometer recursos cuando no sabe qué pasará mañana con los impuestos, la justicia o la estabilidad de la economía.

El costo más alto del caos no se mide en cifras de inversión, sino en la vida diaria de los ciudadanos: los servicios públicos que no funcionan, la justicia que no resuelve, la inseguridad que crece. La inestabilidad política se traduce en inestabilidad en los hogares. Y un país donde la gente vive con incertidumbre difícilmente puede progresar.

Acostumbrarse al caos es resignarse a la mediocridad. El caos nos ha robado futuro y lo hemos tolerado demasiado tiempo. Recuperar la estabilidad no depende solo de los políticos: exige que la sociedad civil reclame orden y reglas claras. Si la ciudadanía asume ese rol, aún es posible construir un país estable y predecible. El Ecuador será lo que sus ciudadanos decidan exigir, no lo que la política se conforme con entregar.