Diana Acosta-Feldman | El club de los amargados

El club lo fundan Maduro, Ortega, Petro y la dictadura cubana, todos autoproclamados ‘guardianes del pueblo’
En América Latina se ha formado un ‘petit club’ peculiar sin sede oficial, el club de los amargados. Lo integran aquellos líderes que, en lugar de gobernar con visión y en democracia se aferran a esos prototipos caudillistas del pasado, donde el autoritarismo, la desvergüenza y el impúdico cinismo los caracterizan.
El club lo fundan Maduro, Ortega, Petro y la dictadura cubana, todos autoproclamados ‘guardianes del pueblo’. A ellos los une la misma frustración de no ver a líderes de otras naciones, acolitarles sus mamarrachadas y protervos intereses. Son una especie de verruga que nadie quiere cerca y ese aislamiento internacional los atormenta.
El más reciente episodio bochornoso lo protagonizó Petro, quien en un intento fallido por llamar la atención internacional terminó enredándose con un megáfono en medio de una calle, para lanzar proclamas contra el presidente de los Estados Unidos, en suelo norteamericano. Esa torpeza no solo demuestra su incapacidad política, sino su peligrosa mezcla de soberbia y resentimiento social. No contento con ello, se lanzó otra charlotada, convocando a una “huelga general mundial”, para resolver un conflicto que no entiende, como si el planeta se fuera a paralizar por uno de sus inauditos tuits. Ni siquiera logra controlar su caos personal como para pretender organizar un paro global desde su implosionado raciocinio.
A eso se dedica el club de los amargados, a mantener su caudillismo disfrazado de idealismo. En el fondo, lo que más le irrita a este club no es Estados Unidos, ni Israel, ni el capitalismo, sino el éxito que tienen las democracias y el temor de que sus pueblos prosperen para despertar del letargo y secuestro a los que los tienen sometidos.
El tiempo del club de los amargados se agota, y su reinado llegará a su fin más temprano que tarde, pues ningún régimen autoritario, por más propaganda que construya, puede sobrevivir eternamente ante el hartazgo del ciudadano.
La historia latinoamericana nos demuestra una constante y es que los pueblos terminan despertando y echando del poder a los tiranos amargados.