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Jaime Izurieta Varea | Chocolate y forma urbana

Las nuevas repúblicas, endeudadas, crecieron con centros más bajos y modestos

Escondida, o más bien incrustada en la cuadra de la iglesia de San Ginés, en Madrid, se encuentra la centenaria chocolatería del mismo nombre. Un monumento del Madrid de la Restauración, cuando la ciudad comenzaba a extenderse hacia los ensanches cuadriculados, mientras el centro mantenía su trama medieval.

Las calles angostas del Centro de Madrid trazan caminos irregulares y cortos, formando una red más que una cuadrícula. Fundada como fortaleza por los moros y convertida en villa tras la Reconquista, el centro de Madrid muestra capas de historia que se recorren, y entienden, mejor a pie.

Escribo estas líneas desde un café en la calle Preciados, donde se puede ver claramente la evolución de la forma que comparten las ciudades españolas y las nuestras.

Poco queda ya de la ciudad medieval, como poco queda en las nuestras de colonial. El crecimiento, sin embargo, no pudo tomar rumbos más distintos.

La primera impresión es que nuestros edificios republicanos son modestos y bajos, mientras que los madrileños suben cuatro, cinco o seis plantas.

Comparables por el ancho similar de las vías, con aceras angostas y uno o dos carriles, la escala urbana madrileña es espigada y estilizada, frente a la truncada de nuestros centros.

La causa está en el desarrollo tras la independencia. Las nuevas repúblicas, endeudadas, crecieron con centros más bajos y modestos. Madrid, en cambio, se verticalizó al ritmo de su burguesía y su mercado inmobiliario, impulsado por la industrialización y el dinamismo financiero. Mientras nuestras ciudades se expandían en horizontal, Madrid lo hacía en vertical, elevando su perfil en cada manzana.

Madrid y nuestras ciudades comparten una raíz urbana, pero han seguido caminos distintos. Sin embargo, esa escala esbelta y caminable, de calles angostas y vida en planta baja, es también parte de nuestra herencia. El reto no es replicar a Madrid, sino recuperar esa esencia común que alguna vez compartimos: la ciudad hecha para habitarse a pie, para encontrarse en cada esquina y para crecer desde su propia memoria.