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El rol de Occidente en la crisis alimentaria mundial

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La CE ha asignado $ 582 millones del Fondo Europeo para el Desarrollo... y respaldar intervenciones que aumenten la resiliencia de sistemas alimentarios en los países más vulnerables de África, el Caribe y el Pacífico.

Las acciones hablan más que las palabras. Calificar la brutal e insensata guerra en Ucrania como noble lucha contra el imperialismo occidental, mantra del presidente ruso Putin, sería una broma pesada si no fuera una inmensa tragedia. Este mismo dicho debería guiar la respuesta de Occidente a las crisis generadas por la guerra -entre ellas la alimentaria, que se cierne sobre las poblaciones vulnerables en África-. El cambio climático y la pandemia ya ponían en peligro la seguridad alimentaria mucho antes de la invasión de Ucrania. Pero ahora la situación es más grave, sobre todo en los países africanos más pobres que dependen de la importación de grano de Moscú y Kiev. Unos 345 millones de seres humanos enfrentan inseguridad alimentaria grave, y cientos de millones más se acuestan con hambre cada día. Como advirtió el Secretario General de NN. UU., António Guterres, existe un riesgo real de que este año se produzcan varias hambrunas. La falta de acceso a las exportaciones alimentarias de Rusia y Ucrania es solo parte del problema: ambos países también son grandes productores de fertilizantes -y proveedores de materia prima para su fabricación-, esenciales para el cultivo de básicos como el trigo, maíz o arroz. Así, la guerra rusa, sumada a la instrumentalización del gas natural (clave en la producción de fertilizantes) empleada por el Kremlin, contribuye a la escasez. Con precios al alza, los fertilizantes se los ha llevado el mejor postor y ha colapsado el suministro a muchos países africanos. El Grupo OCP, gigante marroquí de fosfatos y fertilizantes despliega un rompedor programa para mejorar la seguridad alimentaria en África. Incluye el desarrollo de planes de formación local e innovación, y el compromiso de destinar 20 % de su producción al continente. No obstante, para evitar una crisis alimentaria catastrófica hará falta mucho más. La Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria al margen de la Asamblea General de la ONU, dio motivo de esperanza: en lugar de considerar cada problema de manera aislada -como se ha hecho históricamente- los líderes adoptaron una visión amplia y comprensiva de la crisis actual, con un planteamiento multilateral y apreciación de la urgencia de la situación. La UE tendrá que matizar el proteccionismo agrícola que, entre otras cosas, impidió la ratificación de su acuerdo comercial con Mercosur. También tendrá que revisar su Pacto Verde: actualizar su financiación, considerar quejas y revisar posibles vacíos, como el impacto en la demanda de materias primas fundamentales o el riesgo de que los estándares agrícolas actúen como barreras no arancelarias contra las exportaciones africanas. Bruselas necesita trazar un rumbo claro y convincente, que reconozca la urgencia de la crisis alimentaria. Occidente no es responsable de originar la penuria alimentaria actual. Pero sí tiene la responsabilidad de ayudar a resolverla. No puede abandonar a los países en desarrollo a su suerte porque ante el deterioro de sus calificaciones crediticias, muchos países africanos enfrentan costos de endeudamiento elevados, poniendo en peligro subvenciones nacionales a la vez que aumenta el costo de vida. Ayudar a estos gobiernos no es solo un imperativo moral. Al igual que el conflicto es el principal origen de las hambrunas que vienen, la inseguridad alimentaria es una importante causa de malestar social y conflicto. El cambio climático y el crecimiento demográfico exponencial (en 2050 el mundo contará con 9,1 mil millones de personas a las que dar de comer) ya tensionan los sistemas alimentarios. Las crisis que estas tendencias exacerban nos afectarán a todos.