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El caso de la democracia militante

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Hitler aprendió de su error y diseñó planes para llegar al poder por medios democráticos

La cuestión de si las democracias deben defenderse de la subversión y cómo deben hacerlo ha vuelto a convertirse en un tema candente. En Alemania, un coro cada vez más numeroso exige que se inicien procedimientos legales que podrían resultar en la prohibición del partido ultraderechista Alternative für Deutschland (AfD). 

La Oficina Federal para Protección de la Constitución -agencia de inteligencia nacional- ya calificó al partido de organización extremista, lo que implica que es inconstitucional. Pero en las recientes elecciones presidenciales de Rumanía, los votantes rechazaron a un candidato nacionalista de extrema derecha, lo que sugiere que las amenazas a la democracia pueden frustrarse en las urnas. 

Un debate similar precedió a las elecciones en EE.UU. del año pasado, cuando el estado de Colorado lideró un esfuerzo por mantener a Donald Trump fuera de las urnas. ¿Debe excluirse a un candidato por infringir la ley o debe ser siempre el electorado quien tenga la última palabra? Plantear la cuestión de esta manera pasa por alto lo que realmente está en juego: el futuro de la democracia constitucional, que no es lo mismo que una democracia popular. 

Una constitución establece las aspiraciones normativas del sistema político que crea, incluidos los derechos civiles y políticos fundamentales. Determina el alcance y los límites del poder que pueden ejercer las distintas ramas del gobierno, incluidos los controles y equilibrios entre ellas. Por el contrario, una democracia popular prescinde de las restricciones legales, que se consideran obstáculos para hacer realidad la verdadera voluntad del pueblo. 

Mao Zedong es quizás el líder más conocido de una democracia popular. Gobernó por decreto, desmantelando el sistema legal y tachando de enemigos del pueblo a los terratenientes, los ricos y diversas malas influencias (incluso abogados). Todos fueron tratados con severidad. No se sabe si esto reflejaba realmente la voluntad del pueblo, porque Mao simplemente se declaró la única voz del pueblo. También suprimió las elecciones; pero cuando se aterroriza al pueblo hasta la sumisión, este producirá cualquier resultado que el líder desee, haciendo que las elecciones carezcan de sentido. Adolf Hitler es otro ejemplo de un líder que pretendía encarnar la verdadera voluntad del pueblo. 

Por eso la Constitución alemana de posguerra, la Ley Fundamental, se concibió explícitamente como una Constitución militante (término acuñado por el jurista alemán Karl Löwenstein, que huyó de la Alemania nazi a EE.UU.). Esta ley consagraba el principio de que la propia organización interna de los partidos políticos debía ser constitucional (art.21). Los procedimientos contra un partido pueden ser iniciados por la cámara alta o la cámara baja del Parlamento y por el gobierno, aunque el Tribunal Constitucional tiene la última palabra. Otros países también cuentan con mecanismos defensivos de este tipo. 

Entre ellos figuran delitos penales como la traición, procedimientos de destitución de cargos públicos, poderes de emergencia y mecanismos para prohibir partidos políticos. Para algunos estos mecanismos pueden parecer una perversión de la idea misma de democracia liberal, un medio cínico de eliminar rivales, como dijo recientemente el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz. Pero el problema con este argumento es que solo se puede vencer a los competidores con medios democráticos si ellos mismos se adhieren a los principios democráticos.