Premium

coronavirus columna
Por qué esta vez fue diferenteAdrián Peñaherrera / Expreso

Por qué esta vez fue diferente

"Las repercusiones de la histórica abdicación estadounidense a su papel tradicional contaminaron la mayoría de los instrumentos de cooperación global establecidos"

¿Cómo terminará la megacrisis de COVID-19? No lo sabe nadie. Así que tal vez sea más productivo reflexionar acerca de cómo empezó. La crisis actual no es la primera en su tipo. A principios de 2003, otro coronavirus (SARS‑CoV-1) se propagó de pronto por todo el sudeste asiático procedente del sur de China; pero quedó contenido en la región. Luego nos enteramos de que el SARS ya llevaba algún tiempo extendiéndose por el sur de China y que sus autoridades habían sido renuentes a admitir su existencia y emitir una alerta, peor tomar medidas adecuadas para contenerlo. Las alarmas sonaron cuando la epidemia llegó a Hong Kong. Pero enseguida se inició una acción internacional coordinada. Hubo una marcada caída del tránsito aéreo en la región y muchas áreas quedaron acordonadas. La OMS criticó a China por la lentitud de su respuesta, tras lo cual el gobierno chino despidió al ministro de Salud. A principios de julio, la OMS declaró el final de la crisis y dejó de recomendar medidas restrictivas. El mundo volvió a la normalidad. ¿Por qué después de ese éxito hemos tenido un fracaso tan espectacular en 2020? Las autoridades chinas tardaron en tomar conciencia de lo que estaba pasando, emitir alerta y emprender acciones decididas. Después del primer aviso de China a la OMS, sus autoridades tardaron otras tres semanas en cerrar la provincia de Hubei. Para entonces muchos residentes se habían ido a otros lugares a celebrar el Año Nuevo Chino y propagaron por el país el nuevo coronavirus SARS-CoVD2, mucho más contagioso que su predecesor. Esto amplificó las consecuencias de la demora. En esas cinco a siete semanas iniciales, y en las que siguieron al aviso de alerta de la OMS, durante las cuales el resto del mundo hizo muy poco, la COVID-19 pudo propagarse mucho más rápido y más lejos que el SARS, con un resultado mucho más letal. El mundo de 2019-2020 está mucho más interconectado que el de 2002-2003. Wuhan es una ciudad interior con once millones de habitantes, la Chicago de China, por la variedad de sus conexiones con las cadenas globales de suministro. En las últimas décadas, la ciudad se convirtió en un importante nodo de transporte. Antes de la pandemia de cuarentenas, había seis vuelos semanales de Wuhan a París (cinco a Roma y tres a Londres) y alta frecuencia de vuelos sin escalas a San Francisco y Nueva York. Lo que pasaba en Wuhan no se quedaba en Wuhan. Tampoco se puede pasar por alto la dimensión geopolítica. Mucho antes del estallido de la crisis de COVID-19, el mundo estaba cayendo en un estado permanente de confrontación y desarreglo. En 2003 era perfectamente natural que la comunidad internacional se uniera para coordinar en poco tiempo una respuesta conjunta. Pero en 2020 esa posibilidad estuvo descartada de antemano. Incluso después de la internacionalización del virus, el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump siguió en la negación, y hasta hoy, no ha hecho ni el más mínimo gesto de liderazgo global. La combinación de estos factores explica por qué este episodio es mucho más grave que la epidemia de SARS. Un nuevo coronavirus ha hundido al mundo en una megacrisis como no se había visto en tiempos modernos. Deberíamos considerar el mensaje respecto del estado de la gobernanza global.