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Ngaire Woods | El FMI y el Banco Mundial ante una difícil disyuntiva

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Otros países deben decidir si están dispuestos a dejar que un único accionista determine el futuro de estas instituciones

El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se encuentran en una situación difícil. Se los creó para sostener reglas mundiales y apoyar el desarrollo, pero ahora están atrapados entre un Estados Unidos (su mayor accionista) agresivamente nacionalista y el resto del mundo. Si sus directivos plantan cara al poder, se enfrentan a la posible ira del presidente estadounidense Donald Trump; si no lo hacen, ponen en riesgo su propia legitimidad. La dificultad de este acto de equilibrio quedó de manifiesto en las reuniones de primavera de ambas instituciones, celebradas la semana pasada. El FMI tiene el mandato de vigilar las políticas y tipos de cambio de los países que afecten la estabilidad financiera internacional. Esto implica denunciar a aquellos cuyas acciones “empobrecen al vecino”. Hasta ahora, el Fondo no individualizó a EE.UU. como principal infractor de las normas. Pero antes de las reuniones de primavera, su directora gerente, Kristalina Georgieva, en respuesta a la conducta impredecible de la administración Trump, reconoció el grado inusitado de incertidumbre causado por los aranceles estadounidenses, reiteró la necesidad de que los bancos centrales sean independientes y exhortó a los países a evitar “lesiones autoinfligidas”. A principios de abril, el presidente del Banco Mundial, Ajay Banga, destacó el énfasis de la institución que representa en cumplir su mandato central de impulsar el desarrollo y reducir la pobreza. El Banco Mundial lleva décadas apoyando iniciativas (en particular, inversiones en infraestructura) que han sacado a millones de personas de la pobreza. Pero con su decisión de desmantelar la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), Trump ha destruido programas que permitían la labor del Banco. Banga no se refirió a esta cuestión en las reuniones de primavera, sino que puso el acento en la creación de puestos de trabajo, en un contexto de aumento mundial del desempleo. Además, en respuesta a la alergia del gobierno estadounidense a la acción climática, el Banco ha adoptado una actitud de neutralidad tecnológica en relación con el apoyo a soluciones energéticas, incluida la energía nuclear. La eficacia futura de las dos instituciones dependerá de su estrategia ante la administración Trump, que en los primeros cien días de su segundo mandato ha dado pistas sobre cómo debería ser esta. Es posible que el FMI y el Banco Mundial sean blanco de ataques, y deben planificar en consecuencia. Hay que parar en seco las amenazas absurdas de Trump. Ninguna institución está sola. Que el FMI y el Banco Mundial accedan a las demandas de Trump (y cómo) afectará al ecosistema en el que operan. Trump da mucha importancia a las relaciones personales; pero capitular no es la respuesta correcta. La primera ministra italiana Giorgia Meloni y el primer ministro británico Keir Starmer han podido mantener una relación funcional con Trump apelando a la adulación y a no formular compromisos concretos. Esto es territorio inexplorado para el FMI y el Banco Mundial, cuyos directivos están acostumbrados a trabajar con el Departamento de Estado, el Departamento del Tesoro y el Congreso de los Estados Unidos. Ahora, la directora gerente del FMI y el presidente del Banco deberán asumir un papel mucho más activo en la gestión de la relación con la Casa Blanca. Mientras guían a sus instituciones hacia el futuro, los directivos del FMI y del Banco Mundial deberán hallar un delicado equilibrio entre enfrentarse a la Casa Blanca y ceder ante ella. Pero para cumplir sus misiones, evitarse problemas con Trump no es suficiente: también deben tener en cuenta al resto del mundo, dentro y fuera de EE.UU.