Michael R. Strain: ¿Hay que tener fe en los mercados?

En un mercado libre, las transacciones son voluntarias y benefician a ambas partes
En una entrevista reciente con el New York Times, el vicepresidente de EE.UU. J. D. Vance afirmó que una crítica desde la derecha es que no está suficientemente comprometido con el mercado. Vance sostiene que “la economía de mercado es la mejor forma de proveer bienes y coordinar a las personas”, pero cree que el mercado es una “herramienta” y no “el propósito de la política estadounidense”. ¿Tiene razón? ¿Es el mercado un medio para un fin o un fin en sí mismo? Estas preguntas están en la base de muchos desacuerdos políticos en EE.UU.
Los promercado rechazan cualquier regulación que obstaculice la eficiencia, mientras la izquierda progresista y la derecha MAGA, como Vance, lo desestiman. Promover la eficiencia del mercado debería ser objetivo del gobierno. Vance acierta al decir que los mercados asignan recursos y coordinan la economía. Lograr mercados libres y eficientes es un “propósito de la política estadounidense”.
El populismo tiende a restar importancia a la prosperidad material. Por ejemplo, Trump minimizó el aumento de precios por su guerra comercial diciendo que una niña no necesita “treinta muñecas” ni “250 lápices”. Este planteamiento apunta a familias con ingresos altos, pero los aranceles también elevan precios básicos, erosionando el ingreso real y afectando la prosperidad, un objetivo del gobierno.
Para quienes creen en un gobierno limitado (como el Partido Republicano tradicional), el libre mercado no es solo una herramienta: promover la libertad económica es un objetivo. En un mercado libre, las transacciones son voluntarias y benefician a ambas partes. La interferencia gubernamental suele perjudicar, impidiendo intercambios y modificando precios. Los mercados libres también crean condiciones para la libertad política.
Cuando el Estado asume la coordinación, crece en tamaño y alcance. Tanto programas sociales como políticas industriales y guerras comerciales buscan sustituir al mercado, aumentando la intervención y disminuyendo la libertad política. Además, el mercado no es solo una herramienta económica: fomenta virtudes como prudencia, ahorro, honestidad, innovación y responsabilidad personal. La voluntariedad de los intercambios confiere dignidad e igualdad a los ciudadanos, promoviendo cooperación y conciencia mutua.
En una economía de mercado, el esfuerzo se recompensa según la productividad, lo que da autonomía a las personas. El crecimiento económico reduce el conflicto social, pues algunos mejoran sin que otros empeoren. Los mercados libres han sido la herramienta más eficaz contra la pobreza global, reduciendo la población en extrema pobreza de uno de cada cuatro en 1970 a uno de cada veinte en 2006. Claro que la libertad de mercado debe equilibrarse con otros objetivos.
Cierta intervención estatal (impuestos a la contaminación, subsidios a la educación) es deseable para alinear costos y beneficios sociales. Programas federales pueden disminuir la eficiencia, pero fomentan la participación laboral. No es cierto que los mercados sean solo una herramienta. Garantizar su buen funcionamiento es un propósito clave de la política, pues fomenta prosperidad, libertad y virtud. El mercado no debe ser un falso ídolo, pero negar la verdad sobre la libre empresa es otra trampa.