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Alison L. LaCroix: Texas y la crisis perpetua del federalismo estadounidense

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Para los estadounidenses determinar cuál de ellos tenía el poder de decirles qué hacer fue un tema recurrente de conversación

Al reclamar para sí el poder de aplicar una política migratoria propia (aunque se contradiga con la legislación federal), Texas ha reiniciado un debate sobre el federalismo que es tan viejo como Estados Unidos. Puesto que muchos de los participantes justifican sus posiciones invocando el pasado, es crucial contar la historia como fue. Muchos citan la Guerra Civil como analogía (y advertencia) para el momento actual. Pero la referencia más exacta no es la guerra en sí, sino las cinco décadas de conflicto constitucional en gestación que la precedieron. Las semejanzas entre esos años y la actualidad deberían ser un llamado de atención para todos. En 1820, Jefferson describió los reclamos de derechos para los estados como una “alarma de incendio en plena noche”, que amenazaba con hacer sonar “el toque de difuntos de la Unión”. En vísperas de la Guerra Civil, el presidente Lincoln proclamó en su primer discurso inaugural que “la Unión de estos Estados es perpetua”. Lo mismo hubiera podido decir: “El conflicto sobre la estructura de la Unión es perpetuo”: lo ha sido desde que los redactores de la Constitución pusieron plumas a la obra en 1787. Hoy usamos el término federalismo para referirnos a la relación entre los estados y el gobierno nacional. El ideal de una unión federal fue convincente, pero los fundadores no determinaron su contenido. Cuando a principios del siglo XIX los estadounidenses comenzaron a discutir las nuevas cuestiones políticas que al parecer implicaban el federalismo, no tenían a los fundadores para que les dieran respuestas claras y sencillas. Estos sólo habían legado una idea, que las generaciones futuras tendrían que pensar por sí mismas. Fue una era de cambios acelerados. EE. UU. experimentó una revolución mercantil, con expansión de sus redes de transporte, comercio y del territorio (y de la expulsión de pueblos indígenas y potencias europeas rivales). Mientras la esclavitud se afianzaba en el sur y generaba conflictos por la expansión a estados recién incorporados del oeste, instituciones nacionales como el Banco de los Estados Unidos, el correo y los tribunales federales extendían los ligamentos del poder federal a más distancia y profundidad en la vida diaria de la gente. Los estadounidenses de inicios del siglo XIX se encontraron con problemas acuciantes para los que sus antecesores sólo habían dejado un impreciso mapa. Muchos de los debates constitucionales más significativos del período interbélico giraron en torno de la jurisdicción de diversos niveles de gobierno sobre ámbitos de poder superpuestos. El argumento de que los estados tenían derecho a determinar por sí mismos los límites entre su jurisdicción y la del gobierno federal reapareció muchas veces en las primeras décadas del siglo XIX. Pero más allá de la omnipresencia de conflictos sobre la jerarquía de los poderes federal y estatal en la política y legislación de EE. UU. a principios del siglo XIX, entre esas disputas y los debates actuales hay dos diferencias fundamentales: los conflictos del período interbélico obedecían a disputas estructurales y tensiones entre diversas áreas; los de hoy son resultado de la polarización política. Segundo: la era constitucional en la que tuvieron lugar los conflictos interbélicos fue totalmente diferente de la nuestra. La insistencia de Lincoln en el carácter perpetuo de la Unión configuró el significado de la Guerra Civil para Lincoln, sus contemporáneos y las generaciones futuras. Pero en aquel momento su aseveración era una mera hipótesis; sólo con la derrota de la Confederación en 1865 se convirtió en un hecho. Por eso debemos ver la historia de principios del siglo XIX como una advertencia. Revivir argumentos que por poco no destruyeron la Unión es cosa muy seria.