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Teatro Nacional

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Así tal vez encontremos por fin algún día de pacífico aburrimiento en este cómico país

Podrán decir lo que quieran del Ecuador, pero no que es aburrido. Todos los días hay alguna nueva barbaridad que digerir, que por el bien de nuestra salud hemos aprendido a remojar con lágrimas de risa y no solo de pena. Somos los espectadores de nuestras propias tragedias cómicas.

En estos días, muchas de esas tragicomedias vienen presentadas en formato de balé. Danzas sin gracia ni armonía, una desgracia de puesta en escena, tan terrible que uno casi que puede sentir compasión. Vemos como los políticos que hace tiempo se masacraban como en una presentación de Tito Andrónico, hoy giran, vuelan y caen en los brazos de los otros.

Unos que hace menos de dos décadas se rebelaban en medio de los gritos populares de “que se vayan todos”, ahora se lanzan volando con toda confianza en los brazos del que en esos días voló para no caer en manos de forajidos. Otro que hasta ayer actuaba blandiendo su espada siempre hacia la izquierda, con un coro griego de españoles fachos, hoy da un giro y lanza su espada para irse saltando en alegres puntillas hacia el otro lado. Pero ninguno lo hace como los que en su día se las dieron de conspiradores romanos, para hoy recibir no la clemencia de Tito, sino la del césar Rafael Bélgico, que los bendice como sus candidatos.

¿Qué importa, queridos amigos, si al final estos personajes no llegan a políticos y se quedan de actores? ¿Para qué exigirles programas creíbles o coherentes, en vez de dejarlos explorar guiones distintos y cada vez más ocurridos con sus dones artísticos? Es mejor aceptar lo que son y disfrutarlos. Verlos cambiar de roles y camisetas y no someterlos a montar siempre el mismo acto, o al menos una saga consistente, como la de un ciudadano que persigue una carrera política.

Dejémoslos ser libres. Ah, pero eso sí, también seámoslo nosotros. Es mejor que cada uno vaya por su lado. Estas elecciones demos nuestro voto para que los actores ya no tengan que estar atados a cargos públicos, que se vayan nomás cantando y bailando. Así tal vez encontremos por fin algún día de pacífico aburrimiento en este cómico país.