Premium

Excepción sin regla

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Esta vez, el Gobierno de turno ha decidido usar la vieja y poco confiable artimaña de sacar a las Fuerzas Armadas a las calles para combatir la delincuencia

Como la cigüeña al campanario, así vuelve el Ecuador al estado de excepción. Nacional o focalizado, en ocasiones hasta sin restringir derechos, los gobiernos suelen abusar de este recurso. A menudo simplemente para fingir ademanes de acción en el territorio, si es que no están usándolo para mover fondos o repartir balas. Si bien a veces es necesario, sea por un estado de grave conmoción interna como por una pandemia, rara vez es acompañado por medidas efectivas para subsanar los problemas de fondo. Todavía no cierran las heridas del último estallido social ni hemos preparado adecuadamente a nuestro sistema de salud para escenarios catastróficos. O para ningún escenario.

Esta vez, el Gobierno de turno ha decidido usar la vieja y poco confiable artimaña de sacar a las Fuerzas Armadas a las calles para combatir la delincuencia. Una labor para la que nuestras tropas no están adecuadamente preparadas ni en su doctrina ni dotación. A estas alturas es más grande nuestra culpa que la del Gobierno, que no es el primero que intenta simular que está haciendo algo sacando batallones a pasear. No necesitamos ser expertos en seguridad para entender lo vana y hasta peligrosa que resulta esta desnaturalización de la misión de las Fuerzas Armadas. Y solo basta ver el fracaso histórico de esta medida para entender que es otro el rumbo que se debe tomar. Al final, este estado de excepción terminará dejando al Gobierno y a las bandas en el punto de partida. Los unos pretenderán que están salvando a la patria y los otros seguirán sin siquiera pretender que le tienen miedo al Estado. Todo este escenario podría ser hasta cómico si no fuera desgarradoramente trágico.

Entonces, ¿qué es lo que nos queda hacer? Esa pregunta nos lleva a otras, cuyas respuestas deben ser buscadas en democracia, con especialísima atención a los expertos, pero apertura para todos los ciudadanos. La economía, los programas sociales, el sistema de justicia, la lealtad de la fuerza pública y los límites del uso de la fuerza, nada puede quedar afuera.

Como ciudadano, permítanme sugerir algo: antes de decidir sobre la excepción, primero preocupémonos de que funcione la regla.